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sábado, octubre 12, 2024
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«Desde 1961 el consumo de pescado en el mundo duplica al crecimiento de la población»

El 8 de junio es el Día Mundial de los Océanos. El evento fue creado por la ONU para arrojar luz sobre la fragilidad del sistema marino y suscitar una reflexión colectiva sobre nuestra interacción con él. El objetivo es lograr la protección del 30% de los mares para 2030. El consumo excesivo de pescado y las políticas pesqueras actuales son la principal amenaza para los habitantes del mar.

Según los datos más recientes de la FAO, alrededor del 34,2% de las poblaciones de peces se pescan a niveles biológicamente insostenibles. En 1970 esta cifra se situaba en torno al 10%. Según el antiguo Director General de la FAO, José Graziano da Silva, «desde 1961, el crecimiento anual del consumo de pescado en el mundo ha sido dos veces más rápido que el crecimiento de la población». Si en 1961 el consumo anual per cápita de productos pesqueros en todo el mundo era de sólo nueve kilogramos, hoy supera los veinte.

Para hacer un balance de la situación, planteamos algunas preguntas al naturalista Gabriele Bertacchini, autor del libro «Il pesce è finito – lo sfruttamento dei mari per il consumo alimentare» (Infinito edizioni), recientemente publicado en las librerías.

¿Cómo se explica este aumento del consumo?
A lo largo del siglo XX hemos construido sistemas de conservación (pensemos en las cámaras frigoríficas y en su llegada) y de transporte que han despojado al pescado de sus connotaciones territoriales. El uso de productos pesqueros ya no está vinculado a la disponibilidad real de un lugar, sino a una demanda basada en la moda y la disponibilidad económica. Su consumo forma parte de un sistema más amplio que hemos establecido y que yo definiría como «perverso». Este sistema no sigue las leyes naturales, hechas de tiempos de reproducción, tendencias estacionales y períodos de pausa, sino las del mercado. De ahí una «vieja» paradoja que surge cada vez que aplicamos la palabra crecimiento a recursos finitos y potencialmente agotables, aunque se consideren «renovables».

¿Cuáles son las especies más amenazadas?
Hay que diferenciar entre las distintas zonas de pesca, ya que una especie puede ser «abundante» en una zona y estar reducida al extremo en otra. El bacalao del norte, por ejemplo, ya sufrió un colapso en los años 80 y 90 en la zona de los Grandes Bancos de Terranova. Más recientemente ha sufrido en la zona del Báltico oriental, mientras que cerca de Svalbard es más abundante.
Sin embargo, en general, podemos decir que todas las especies más comerciales, las que primero nos vienen a la mente, con especial referencia a las más grandes, no van demasiado bien.
A nivel mundial, en sólo sesenta años, hemos aumentado el consumo de atún (al que pertenecen varias especies) en un 1000%. De las ciento sesenta y tres especies de meros, veinte están en peligro de extinción. Según la ONG Oceana, el pez espada en el Mediterráneo ha disminuido un 70% en poco más de treinta años. La merluza presenta una tasa de sobreexplotación 5,5 veces superior a la sostenible con picos que superan diez veces el nivel de explotación sostenible en el Mediterráneo occidental. Tintorera, cazón, marrajo, anguila, rape…. La lista es muy larga.

¿Cuáles son los problemas asociados a las artes de pesca modernas?


El primer problema es que a menudo no son selectivos y acaban capturando incluso especies protegidas por la normativa internacional (pensemos en las tortugas o los cetáceos). Las flotas «industriales» están diseñadas para capturar la mayor cantidad posible de pescado o productos pesqueros.
En algunos casos, pero hay que diferenciar caso por caso, pueden capturar incluso el doble de la especie objetivo por la que se ha salido en barco.
En segundo lugar, pensemos en las redes de arrastre remueven los sedimentos, por ejemplo, liberando carbono y enturbiando el agua; los segundos, al hacer que el fondo marino arenoso donde se utilizan pierda su consistencia original, acaban alterando la fertilidad del mar.
Por último, aunque ya existen soluciones menos duraderas que no se utilizan de forma generalizada debido a su mayor coste, están hechas de materiales que pueden permanecer en los mares durante más de quinientos años, continuando así su labor destructiva. La Unión Europea calcula que alrededor del 20% de los equipos de pesca utilizados en Europa se pierden en el mar

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