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sábado, octubre 12, 2024
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Colindres, los Astilleros REALES

En la Plaza del Quinto Centenario de la localidad cántabra de Colindres, muy cerca del veterano Puente de Treto, se alza un monumento que pasa inadvertido para muchos. Es de estructura modernista y en él están representados varios cuerpos entrelazados. Sobre ellos la estructura de una carabela. Al pie se puede leer:

“De tus astilleros reales
Navíos galeones
Donaste para mil mares
Que engrandecieron tus nombres.
A los hombres y mujeres de Colindres
Que con su aunado esfuerzo
Llevaron por todo el mundo
Su generosa grandeza”.

El tema del descubrimiento de América fue uno de los que daban más brillo a los maestros de las antiguas escuelas que ahora ocupa el ayuntamiento cántabro, ya que los antepasados de sus alumnos jugaron un gran papel en la construcción de aquellas carabelas que cruzaron el Atlántico hasta conseguir su objetivo a duras penas. Me imagino a aquellos rapazuelos embelesados, escuchando unas gestas de las que se sentirían orgullosos por la parte protagonista que de alguna forma les tocaba.
Los niños actuales apenas si llegan a esta parte del puerto para interesarse por la circunstancia, pero sobre todo por conocer el lugar donde estuvieron los legendarios astilleros de Falgote de donde probablemente salieron “La Pinta” y “La Santa María”, dos de las tres carabelas que llevó Colón en su primer viaje descubridor.
CON PEDIGRÍ REAL
Nada tiene de extraño que se señale dónde estuvo ubicada tan ilustre fábrica cuyos orígenes se pierden en el tiempo. Se sabe que ya se trabajaba en Falgote en 1475 construyendo naos que gozaron de enorme fama. Las que llevó Colón cumplieron su cometido y por tanto sus artesanos recibieron notables parabienes.


El éxito alcanzado con el descubrimiento proporcionó un gran impulso al taller.
Los numerosos pedidos que llegaban desde la Corte y la satisfacción de los acabados sirvieron para que en 1618 el monarca Felipe III llegara a un acuerdo con la hermandad de las Cuatro Villas de la Costa a fin de conceder a los de Falgote el título de Astilleros Reales.
Las Cuatro Villas de la Costa eran San Vicente de la Barquera, Santander, Laredo y Castro-Urdiales. Merced a sus buenos acabados en materia naval habían conseguido una especie de reconocimiento de la corona en forma de fueros reales concedidos por el rey Alfonso VIII al que la Historia conoce como ilustre ganador de la Batalla de las Navas de Tolosa.
Huelga decir que aquellos eran tiempos en que las grandes batallas navales
precisaban de enormes flotas de navíos especialmente preparadas para destrozar a
los enemigos con la habilidad de buenos artilleros, pero también manejando precisos
cañones.


EL COMPLEJO INDUSTRIAL
A lo largo de la Edad Moderna, el estuario del río Asón fue uno de los centros de actividad naval más importantes de la península debido tanto a las idóneas condiciones geográficas de la bahía como a la gran tradición marítima de sus principales poblaciones ribereñas.
Sus puertos fueron focos importantes de exportación de metales y cítricos hacia el mundo atlántico, y su bahía lugar de concentración de flotas reales previas a su partida hacia cualquier parte del imperio. Sin embargo, su mayor proyección estuvo en la construcción naval para la corona.
Aquí se construyeron barcos para la Armada Invencible de Felipe II. El buen acabado de los navíos y el trajín de los astilleros de Colindres puso de los nervios a los franceses que, a lo largo de 1639, intentaron destruirlos mediante repetidos ataques para acabar siendo rechazados desde la Torre de Treto.
Hasta 1727, los actuales municipios de Colindres, Laredo y Santoña colaboraron para poder dar soporte al enorme reto social y tecnológico que significaba la botadura y disposición de enormes galeones que debían cubrir dos rutas singulares:
Una atravesando el Atlántico para traer lo que se estaba espoliando en el Nuevo Mundo y otra hacia las Indias para comerciar con especies.
A decir verdad, aquella artesanía no hubiera tenido el eco histórico que tuvo si no hubiera sido complementada por los productos que salían de las factorías próximas de La Cavada y Marrón.


LOS PRIMEROS ALTOS HORNOS
Todo empezó cuando llegó a la localidad cántabra de Liérganes Juan Curtius, un empresario flamenco que había conseguido en exclusiva el suministro de pólvora para el ejército español. Su especial situación social le permitió montar un complejo industrial siderúrgico como jamás antes se había conocido: Los primeros altos hornos de la península donde se fundirían cañones para los navíos que se construían en Falgote.


Hubo algunos cañones ejemplares que llegaron a crear leyenda, como aquel de 24 libras, 20 calibres de longitud y 3.000 Kgs. de peso que salió de la factoría de La Cavada según el reglamento de 1728 y fue instalado en el Fuerte de San Carlos de Santoña entre los años 1765 y 1774. Dado el año en que fue fundido, es posible incluso que procediese del desguace de algún navío de línea.
Ante la inminente entrada de las tropas napoleónicas en Santoña, el cañón fue arrojado al mar por orden del entonces gobernador militar de la villa y posteriormente director de La Cavada, Wolfgang de Mücha. Recuperado el año 2000 fue cedido al Museo de la Real Fábrica de La Cavada donde se puede ver en la actualidad.
Otro cañón con pedigrí fue el que se hizo para la fragata “Prueba”, conocida históricamente por haber participado en 1819 en la expedición del “San Telmo” a la Antártida. El navío, botado en 1800 en El Ferrol, disponía de un total de 434 cañones.
El modelo cántabro, recamarado y capaz de disparar balas huecas, llenas de metralla
o pólvora, era una de las escasas piezas de estas características que se fabricaron en
el mundo en el siglo XVIII. Lo encontraron semienterrado, haciendo de noray; esto es,
de asegurador de amarras. También fueron famosos los cañones modelo
Almirantazgo que salieron de la misma factoría.


LA BUENA FAMA DE LO BIEN HECHO
Los altos hornos de La Cavada llegaron a tener una gran resonancia en la Europa de la época. La firma de Curtius llegó a ser toda una garantía desde 1628, cuando empezaron a fundirse los primeros cañones de hierro españoles. En la operación se utilizó mineral extraído de las minas de Peña Cabarga que tenía una calidad similar a los del Reino Unido, Francia o Alemania.
Diez años después y gracias a las innovaciones introducidas por Jorge de Bande, Julio César Firrutino y Gil Engelberto de Heuveforge, se pudo aligerar el peso de los cañones en un 35%, así como una gran mejora en la calidad. Estos “cañones aligerados” fueron los mejores del mundo durante más de un siglo.
La clave de estas mejoras parece ser que radicaba en la combinación de nuevos minerales de hierro, tales como la goethita y hemathita de Somorrostro, y la hemathites parda de Peña Cabarga.
Como se puede suponer, Colindres, Líérganes y Ampuero llegaron a complementarse perfectamente a la hora de dejar los navíos listos para iniciar su periplo aventurero. Esta intensa actividad naval tuvo un enorme impacto social y estratégico en la comarca y contribuyó a configurar los modos de vida de sus
habitantes.


LA MARISMA
La conjunción de Colindres y el mar quedaría incompleta si no citara al merecido Monumento al Pescador que tanto ha tenido que ver a lo largo de la historia de la localidad y a las marismas, el paisaje diario para cualquier nativo. ¿Quién no se ha enfangado alguna vez por uno u otro motivo?
La marisma de Colindres ocupa una superficie aproximada de 90 hectáreas sumando las áreas intermareales del norte del municipio que limitan con Laredo, así como la ría y áreas intermareales del sur, compartidas con Bárcena de Cícero, Voto y Limpias.
Históricamente la marisma ha sido utilizada tanto por las aves como por el ser humano como fuente “inagotable” de recursos. Su alta productividad de crustáceos, moluscos, anélidos y peces, así como el propio suelo, han sido muy codiciados llegando a poner en riesgo la propia supervivencia de dichas áreas intermareales.
Ejemplo de ello es el gran dique que podemos observar actualmente desde el paseo marítimo de Colindres, como vestigio de un macroproyecto de desecación con fines industriales.
El aspecto de la marisma cambia completamente con el ritmo mareal. La marea
baja es el período de mayor actividad tanto para las aves como para el ser humano
dedicado al marisqueo. Por el contrario, la pleamar es tiempo de descanso.
Aquí invernan todos los años miles de aves acuáticas constituyendo el humedal
más importante del norte de España para la avifauna.


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