Australia acoge durante las dos próximas semanas la 41ª reunión anual de la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCAMLR), una oportunidad para proteger casi 4 millones de kilómetros cuadrados a gran escala en el Océano Austral
Una Mantarraya alimentándose a través de un banco de krill en las islas Malvinas.
Arranca en Hobart, Australia, la 41ª reunión anual de la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCAMLR) que abre dos semanas de reflexión internacional para proteger casi 4 millones de kilómetros cuadrados mediante el establecimiento de áreas marinas protegidas (AMP) a gran escala en el Océano Antártico. Estas medidas, fundamentales para proteger la fauna y flora emblemáticas de esta zona, son especialmente urgentes ante la aceleración de la emergencia climática en todo el mundo.
El Océano Austral, también conocido como el Océano Antártico, es el cuarto océano más grande por superficie, con una extensión de más de 20,3 millones de kilómetros cuadrados y la ciencia y el tercer sector hacen un llamamiento urgente a que los gobiernos adopten medidas de protección para la fauna salvaje del Antártico y propuestas orientadas a promover medidas más rigurosas para la pesca del kril que eviten daños a largo plazo y un declive de la fauna y los hábitats.
Las ONG instan a los gobiernos que participarán en la 41ª reunión anual de la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCRVMA, o CCAMLR por sus siglas en inglés) a actuar urgentemente para acordar medidas clave que permitan proteger la emblemática fauna salvaje de la Antártida como parte de un plan esencial para salvaguardar la salud del planeta.
Salvar la base trófica marina: el kril
“A pesar de su reducido tamaño, el kril desempeña un papel enorme en el funcionamiento y el estado de salud de la Antártida. Casi todas las especies animales de la Antártida, o bien dependen directamente del kril para su supervivencia, o bien se alimentan de otras especies que tienen el kril como fuente de alimentación.
El krill antártico (de nombre científico Euphausia superba) es considerado la base de la cadena alimentaria de ese océano, ya que se alimenta de fitoplancton y transfiere su materia orgánica a especies depredadoras como ballenas, focas, peces, aves y pingüinos.
En la década de 1970, la Unión Soviética fue la primera en iniciar la pesca industrial de este crustáceo. En las últimas décadas, su demanda se ha disparado y la producción ha pasado de 104.000 toneladas en 2001 a 451.000 en 2020, lo que está suscitando preocupación por la sostenibilidad de esta industria.
Durante los últimos años hemos presenciado con preocupación una concentración de operaciones de pesca de kril que han realizado la mayor parte de sus capturas en pequeñas zonas cercanas a la costa.
La CCAMLR debe acordar medidas para garantizar que esta pesca no entre en conflicto con las zonas de alimentación de los depredadores de kril, tales como los pingüinos y las ballenas”, afirmó Andrea Kavanagh, directora de la labor que lleva a cabo la fundación Pew Bertarelli Ocean Legacy en la Antártida y el Océano Austral.
“La pesca industrial y altamente concentrada de kril está teniendo un impacto importante en el Antártico. Se está produciendo un mayor nivel de capturas accesorias de ballenas jorobadas y otras especies no objetivo, y hay indicios de que la actividad pesquera está entrando en conflicto con grandes congregaciones de fauna emblemática de la región que se alimenta de kril. Nuevas investigaciones revelan que el kril antártico desempeña un papel importante en el ciclo del carbono terrestre y su abundancia en el ecosistema no es valiosa únicamente para la fauna salvaje local, sino también para toda la humanidad. Es imprescindible que la CCAMLR esté a la altura del desafío y cumpla su cometido de implementar un enfoque de gestión ecosistémica altamente precautoria”, explicó Emily Grilly, responsable de Conservación Antártica en WWF.
Se ha rebasado en diez años el plazo que la CCAMLR se había autoimpuesto para establecer una red de áreas marinas protegidas (AMP) en la región. Hasta la fecha solamente se han aprobado dos AMP, y la CCAMLR arrastra desde hace años enormes dificultades para conseguir el pleno consenso de sus miembros respecto de la introducción de protecciones adicionales. Esto afecta también a tres propuestas de AMP de gran envergadura que han sido objeto de discusión y negociación durante años. Actualmente, casi todos los miembros de la CCAMLR apoyan la creación de estas AMP.
“Muchos miembros de la CCAMLR están cada vez más frustrados por cómo se utiliza la norma del consenso para bloquear propuestas sin posibilidad de celebrar un debate abierto y honesto e intentar llegar a compromisos para alcanzar una solución mancomunada. Urge encontrar formas de salir del actual atolladero. Que la CCAMLR fracase no es una opción. Hay demasiado en juego», indicó Claire Christian, directora ejecutiva de la coalición Antarctica and Southern Ocean Coalition (ASOC).
“Los océanos están en crisis, se está perdiendo biodiversidad a un ritmo alarmante y la emergencia climática se agudiza con cada día que pasa. Debemos proteger al menos el 30% de los océanos mundiales de aquí al año 2030 para contribuir a subsanar esta situación; lamentablemente, órganos como la CCAMLR, responsables de la protección de los océanos, llevan años faltando a su deber. Nuestros océanos ya no pueden permitirse más retrasos e inacción. La creación de tres grandes santuarios en la Antártida este año es la magnitud de acción que hay que aplicar por todo el mundo si queremos alcanzar el objetivo de proteger una tercera parte de los océanos antes de que acabe esta década”, afirmó Laura Meller, de la campaña Protect the Oceans de Greenpeace.
Actualmente están sobre la mesa tres propuestas de creación de nuevas AMP en el Océano Austral. Dos de ellas han sido propuestas por la UE y sus Estados miembros junto con Australia, Noruega, Uruguay, EE.UU., el Reino Unido, Nueva Zelanda, La India, Corea del Sur y Ucrania: Antártico Oriental, con una superficie de 0,95 millones de km2; el Mar de Weddell, con una extensión de 2,18 millones de km2; y la Península Antártica: desde Argentina y Chile, que abarca alrededor de 0,65 millones de km2.
La protección de estas tres grandes áreas permitiría proteger alrededor de 4 millones de km2 del océano de la Antártida. Esto corresponde más o menos a la superficie de la UE y representa el 1% del océano mundial. En su conjunto, supondría el mayor acto de protección del océano de la historia.
Evidencia de que la conservación marina mitiga el cambio climático
Los beneficios de las áreas marinas protegidas se extienden mucho más allá de sus límites ya que ayudan a secuestrar carbono y a fomentar la adaptación ecológica y social al cambio climático.
Es la conclusión de un estudio publicado en la revista ‘One Earth’.
«Las áreas marinas protegidas se promueven cada vez más como una solución climática basada en los océanos, pero estas afirmaciones siguen siendo controvertidas debido a la literatura difusa y poco sintetizada sobre los beneficios climáticos de las áreas marinas protegidas», escriben los investigadores.
Para abordar este vacío de conocimiento, han realizado una revisión bibliográfica sistemática de 22.403 publicaciones que abarcan 241 áreas marinas protegidas.
Los autores del estudio descubrieron que el secuestro de carbono en las áreas marinas protegidas aumentaba significativamente en las zonas de pastos marinos, en los manglares y en las zonas donde no se arrastraban los sedimentos.
«La degradación parcial o total de los manglares y de las praderas marinas dio lugar a disminuciones similares del carbono secuestrado, lo que indica que incluso niveles bajos de impacto humano dan lugar a importantes emisiones de carbono», afirman.
Además de aumentar el secuestro de carbono, las zonas preservadas eran más biodiversas, tenían una mayor riqueza de especies y también mostraban beneficios para los seres humanos. Las zonas marinas protegidas tenían una mayor seguridad alimentaria, y las poblaciones de peces en las aguas adyacentes a estas zonas protegidas aumentaron.
Los autores señalan que los beneficios de mitigación y adaptación de estas áreas protegidas sólo se alcanzaron con niveles de protección elevados, y que los beneficios aumentaron cuanto más tiempo estuvo protegida un área.
«En las cuatro vías analizadas, sólo los niveles completos y altos de protección produjeron beneficios de mitigación o adaptación, escriben. En cambio, los niveles bajos de protección no generaron beneficios. Además, los aumentos en la riqueza de especies y en los ingresos de los pescadores sólo se produjeron en las áreas totalmente protegidas, donde no se permite la pesca».