La alerta mundial por la expansión sin control del coronavirus ha pillado en alta mar a miles de profesionales con turnos de larga duración. Pescadores, marineros, militares, oficiales, maquinistas, cocineros y, entre otros, observadores científicos: un gremio poco conocido pero fundamental para el desarrollo sostenible de la pesca y la conservación marina.
Un sector que padece especiales problemas es el sector atunero. El cierre de fronteras mantiene aislados a los atuneros vascos e impide los relevosEn este sentido las empresas atuneras han adoptado un protocolo de seguridad durante las descargas que limita los accesos al buque y prohíbe a la tripulación bajar a tierra
En Francia, sindicatos y armadores unidos para repatriar a los pescadores europeos. La repatriación de los pescadores que trabajan en aguas de la Unión Europea, como los franceses o no, que trabajan en cerqueros con atún tropical, sigue siendo complicada en estos tiempos de la pandemia del covid-19.
Por su parte, la bióloga cartagenera Marta Moral Cendón (35 años) se encuentra en las islas Falkland –más conocidas en España como Malvinas–, en el ahora mismo frío Atlántico Sur, en un confinamiento especial e incierto: porque cumple un turno de 64 días sin tocar puerto en un buque-factoría dedicado a la pesca del calamar y porque no sabe qué ocurrirá cuando desembarque a finales de abril en Stanley, el principal núcleo habitado del archipiélago remoto en el que se hizo a la mar el 24 de febrero junto con otros sesenta tripulantes.
Su plan es coger un avión para llegar cuanto antes a La Azohía, pero nadie sabe aún si la pandemia estará controlada o los obligarán a recluirse de nuevo en el pesquero industrial. Es lo que ha ocurrido a varios colegas en aguas africanas:al arribar a Abiyán (Costa de Marfil) no les dejaron tocar tierra y tuvieron que hacerse de nuevo a la mar.
«Navego en un mar de incertidumbre, como cientos de compañeros en todos los mares del planeta», se lamenta Marta Moral en una conversación con La Verdad, de Murcia, a través de WhatsApp y correo electrónico. La comunicación por teléfono a bordo no es muy fiable y la diferencia horaria con la Región es de cinco horas.
Los biólogos toman muestras, examinan capturas, comprueban medidas de mitigación de pesca accidental de aves, tiburones, leones marinos, cetáceos y tortugas. También supervisan la liberación de fauna viva al mar y proporcionan información valiosa a diferentes instituciones gubernamentales que sirve para publicar estudios y establecer normas y regulaciones.
Quiere ir a la Antártida
Marta trabaja como observadora desde 2012, con campañas de cuatro meses en atuneros congeladores en el Atlántico. También supervisa capturas de atún rojo en el Mediterráneo y espera participar pronto en alguna campaña en la Antártida.
Desde La Azohía se desplaza a las misiones donde es requerida por gobiernos, consultoras, armadores, instituciones públicas y organizaciones científicas: las islas Falkland, Senegal, Cabo Verde, Ghana, Francia…
«El tiempo libre aquí se mata a base de lectura y ocio digital. Los discos duros llenos de entretenimiento son la moneda de cambio: unas chocolatinas por la serie de moda», relata esta bióloga marina sobre el día a día de sus largos encierros.
«Para mí el confinamiento es una de las mejores y peores cosas que tiene un embarque. Permite ser consciente de muchas cosas importantes y otras que no lo son tanto. Se aprende a diferenciar muy bien lo que de verdad vale en función del número de veces al día que piensas en ello o lo necesitas: familia, amigos, comunicación… Y discriminas las cosas materiales que en realidad no necesitaste aunque pensabas que eran importantes antes de aislarte», explica desde la distancia Tuca –como la conoce «todo hijo de vecino»–, una navegante vocacional que compagina sus largas travesías con un empleo algo más convencional: patrón y guía de avistamiento de cetáceos en una empresa de la Región.
