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sábado, noviembre 9, 2024
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El plancton, una fuente de vida en peligro


Sifonóforos, foraminíferos, diatomeas… tras estos extraños nombres se esconde un mundo submarino formado por organismos invisibles a simple vista: el plancton. Un ecosistema complejo, esencial para el equilibrio de nuestro planeta.

Si el plancton muere, el océano muere. Y si el océano muere, nosotros también. No es mucho más complicado. Sin embargo, ¿quién, aparte de los biólogos, se preocupa por este mundo fugaz que va a la deriva con las corrientes oceánicas? ¿A quién le importa el plancton? Durante los últimos trece años, la famosa goleta Tara ha aprovechado sus expediciones mediáticas por todo el mundo para comunicar sobre el tema, pero la divulgación de la ciencia no es suficiente.

Director emérito de investigación en el CNRS, Christian Sardet ha hecho de esta certeza una segunda carrera. Hace media docena de años, en asociación con el dúo de artistas Les Macronautes (Noé Sardet y Sharif Mirshak) para el proyecto «Crónicas del plancton», se propuso aplicar las técnicas de imagen que utilizaba en el laboratorio para captar y mostrar la extraordinaria variedad de formas, colores y comportamientos de este bestiario marino, esencialmente indetectable a simple vista. Expone su obra en el festival Kyotography, que se celebra hasta el 22 de mayo en la antigua capital imperial de Japón. La exposición se podrá ver en la Fundación Cartier de París a partir del 2 de julio.

Una diversidad insospechada


Desde la expedición Tara Oceans están dando a conocer el plancton a través de imágenes, mediante el encuentro del arte y la ciencia», afirma. En el siglo XIX, el alemán Ernst Haeckel consiguió popularizar el tema gracias a la publicación de sus dibujos de radiolarios una especie planctónica, los primeros de su tipo, que despertaron un gran interés en la época.

Las fotos de Christian Sardet muestran una diversidad insospechada. Esferas iridiscentes, espirales de anillos, figuras geométricas luminiscentes, velos iridiscentes, monstruos en miniatura… «Siempre utilizo un fondo negro, que resalta todos los matices de color y los detalles de las formas más complejas», dice el investigador-fotógrafo Sardet.

Sus nombres son tan extraños y poéticos como sus formas son diversas y extravagantes. Cocolitóforos y diatomeas, foraminíferos y caetognatos, radiolarios y apendicularios, sifonóforos y fonemas, pirosomas y porpites… Por no hablar de los innumerables virus, bacterias y protistas de todo tipo. Es el ecosistema más diverso, complejo y antiguo del planeta», afirma Christian Sardet. Hay desde organismos microscópicos hasta sifonóforos, finos filamentos que pueden medir hasta cincuenta metros de longitud.

Simbiosis, parasitismo, depredación o fotosíntesis: todos los comportamientos y estrategias del mundo vivo se encuentran en esta diminuta fauna y flora. La mayoría de las imágenes expuestas fueron tomadas en el Observatorio Oceanológico de Villefranche-sur-Mer (Alpes Marítimos), sede del biólogo francés. Pero otros, nunca antes vistos, son el resultado de los trabajos realizados en la estación biológica de Shimoda, sobre organismos tomados en aguas japonesas.

Haríamos mal en despreciar este universo invisible. Sobre sus hombros descansa el gran equilibrio biogeológico del planeta. En peso, representa más del 95% de toda la biomasa de los océanos. Su parte vegetal constituye la base de la cadena alimentaria. Bombea miles de millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera y produce tanto oxígeno como toda la vegetación terrestre. «Cada una de nuestras respiraciones es un regalo del plancton», escribe Christian Sardet en el hermoso libro Plancton. Aux origines du vivant (Ed. Ulmer) publicado en 2013 y que reúne su obra.

En el origen de las montañas


Estamos en deuda con el plancton vivo, pero también con el plancton muerto, que se ha acumulado en el fondo de los océanos durante cientos de millones de años. Sus miles de millones de cadáveres, aglomerados a lo largo del tiempo, han formado las gruesas capas de roca sedimentaria de las que están hechas nuestras montañas, y en las que a veces todavía puede encontrarse la discreta huella de una pequeña concha.

Si debemos preocuparnos, hoy más que nunca, por este bestiario oculto, es porque es muy probable que sufra los daños infligidos al océano por las actividades humanas

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