La gamba blanca del Pacífico, Litopenaeus vannamei, reina desde hace años en la acuicultura mundial del camarón. Más de la mitad de los 11 millones de toneladas que se producen anualmente en el planeta llevan su nombre y, sin embargo, Europa llega tarde a esta carrera. Eso sí, llega con su propio modelo: instalaciones interiores, sistemas cerrados de alta tecnología y un discurso centrado en la sostenibilidad y el bienestar. Un nuevo informe que recoge la visión de casi una treintena de expertos europeos pone cifras y matices a ese despegue, aún incipiente y plagado de interrogantes.
Según este trabajo, en 2020 había ya 32 granjas de camarón blanco en funcionamiento o en desarrollo en distintos países europeos, todas ellas en tierra y en recintos cerrados, muy lejos de los grandes estanques costeros que dominan Asia y América Latina. El clima, las restricciones ambientales y las exigencias de control sanitario han empujado a Europa a apostar por sistemas de recirculación (RAS), biofloc y modelos híbridos que reducen vertidos, mejoran la trazabilidad y permiten ofrecer al mercado un “camarón europeo” de alta calidad, con menos antibióticos y un relato ético diferenciado frente al producto importado.
El estudio, basado en una encuesta a 29 criadores, investigadores, consultores e inversores vinculados al cultivo de L. vannamei en interiores, radiografía cómo se está produciendo hoy este marisco en Europa: qué sistemas se usan, cómo se controla la calidad del agua, qué densidades se manejan, qué problemas de salud aparecen y qué entienden los profesionales por bienestar en una especie para la que apenas existen normas específicas.
La foto que emerge es la de un sector muy tecnológico, pero aún lejos de tener estándares compartidos. La mayoría de las instalaciones revisa el sistema al menos una vez al día —y en muchos casos varias— apoyándose en sensores, alarmas y monitorización en línea para detectar fallos de oxígeno, temperatura o alimentación. Tres de cada cuatro granjas cuentan con sistemas de vigilancia remota, pero las rutinas de control del agua siguen siendo muy dispares: el nitrógeno se mide desde a diario hasta semanalmente, la alcalinidad se revisa una o varias veces por semana y más de la mitad de las explotaciones ni siquiera controla el CO₂ de forma regular.
En cuanto a los modelos productivos, los sistemas de recirculación (RAS) y los biofloc dominan claramente el panorama. Los primeros ofrecen más estabilidad y un agua más limpia gracias a una filtración avanzada; los segundos, basados en comunidades microbianas que reciclan los nutrientes, aportan ventajas nutricionales y menores costes operativos. En ambos casos, el objetivo es el mismo: reducir el uso de antibióticos, cerrar el circuito del agua y minimizar el impacto ambiental. Por detrás quedan sistemas acuapónicos y otros formatos, empleados sobre todo en investigación o como adaptaciones puntuales para ahorrar costes.
Las densidades de cultivo reflejan también el salto tecnológico. La mayoría de las explotaciones se sitúa entre 1 y 5 kilos por metro cuadrado, aunque los RAS mejor optimizados alcanzan puntualmente los 10 kilos. Si se mide por volumen, los biofloc se mueven entre 3 y 10 kilos por metro cúbico, mientras que los RAS más intensivos alcanzan rangos de 10–15 kilos, lo que da una idea del nivel de intensificación posible en estos sistemas cerrados.
Los expertos consultados coinciden en un rango de parámetros de agua que definen como “óptimos” para el bienestar del camarón: temperaturas entre 27 y 30 ºC, pH de 7,5 a 8, salinidades en torno a 15–25 ppt y niveles de oxígeno disuelto iguales o superiores a 5 mg/L. También muestran preferencia por alcalinidades relativamente altas, en muchos casos por encima de lo que recoge la bibliografía clásica, para favorecer los procesos de nitrificación en sistemas biofloc. Pero detrás de esta aparente coincidencia se esconde un problema: la falta de protocolos armonizados hace que cada granja interprete estos márgenes a su manera y los controle con una frecuencia muy distinta.
Uno de los aspectos más singulares del cultivo de camarón frente al de peces es la gestión de las exuvias, los exoesqueletos que los animales dejan tras la muda. Un 55 % de las instalaciones las retira activamente —la mitad a mano, la mitad con sistemas automáticos— mientras que el 41 % las deja en el sistema, asumiendo que buena parte de ellas son consumidas por los propios animales. Para algunos expertos, ese “autoconsumo” aporta minerales y refuerza la nutrición; para otros, puede ser una fuente de carga bacteriana y desequilibrios si se acumula en exceso. El informe identifica este punto como una de las áreas que requiere mayor investigación y consenso.
El retrato del bienestar tampoco es homogéneo. La mayoría de las granjas realiza controles de salud diarios, y algo más de la mitad documenta de forma sistemática lo que observa tanto en la morfología como en el comportamiento. El resto se limita a observaciones visuales no registradas o a anotaciones parciales. En cuanto a los problemas detectados, destacan los daños frecuentes en antenas, urópodos y exoesqueleto, así como lesiones en músculos y rostro, que en ocasiones afectan hasta al 30 % de los animales. Las antenas y los ojos sufren más en densidades altas, por encima de los 5 kilos por metro cuadrado, mientras que las branquias muestran mejor estado en RAS que en biofloc, previsiblemente por la mayor claridad y filtración del agua.
En el plano conductual, los signos de estrés más citados son la natación anómala —movimientos erráticos, en espiral o con golpes bruscos de cola—, la falta de alimentación, el comportamiento de huida, el letargo y los calambres musculares. Apenas se mencionan el hacinamiento visible o el acicalamiento excesivo, lo que sugiere que los indicadores de estrés más evidentes son aquellos que rompen por completo la pauta normal de movimiento y de respuesta al alimento. A falta de un marco normativo en bienestar para crustáceos, cada operador decide qué observar, cómo registrarlo y qué hacer ante estas señales de alerta.
La encuesta lanza, en todo caso, un mensaje claro: existe una demanda sólida dentro del sector para avanzar hacia herramientas objetivas de bienestar. Un 86 % de los expertos apoya la creación de un índice estandarizado que permita evaluar el estado de los camarones en granja, y dos de cada tres creen que debe combinarse con un etograma —un catálogo de comportamientos normales y anormales— que sirva de referencia diaria. La mitad ve con buenos ojos el desarrollo de guías de bienestar específicas y el uso de inteligencia artificial y videovigilancia para automatizar parte del control, especialmente en sistemas donde la claridad del agua lo permite.
En las respuestas abiertas, los participantes señalan como grandes riesgos para el bienestar la mala calidad del agua, las prácticas de manejo inadecuadas, los fallos de alimentación y los problemas técnicos de las instalaciones. Señalan, además, la necesidad de proyectos de investigación específicos sobre indicadores de estrés, supervivencia, requerimientos minerales, manejo de la muda y mejora del entorno de cría.
En definitiva, el informe dibuja un sector europeo del camarón blanco que quiere diferenciarse por tecnología, sostenibilidad y bienestar, pero que todavía opera sin un “manual común”. Los sistemas en tierra y de recirculación ofrecen una gran oportunidad para reducir la huella ambiental y ofrecer al mercado un producto de proximidad con alto valor añadido. Sin embargo, el siguiente paso —armonizar buenas prácticas, definir indicadores objetivos de salud y comportamiento, y traducirlos en normas y certificaciones— será decisivo para que Europa no sea solo una recién llegada a la acuicultura del camarón, sino también un referente en cómo criar estos animales con criterios robustos de ciencia y bienestar.
