El millonario negocio de pescar angula en un remoto pueblo de República Dominicana es una práctica desconocida para gran parte del mundo. No obstante, cientos de pobladores tratan de pescar miles de angulas que son vendidas en un turbio mercado que mueve millones de dólares cada año. Su consumo masivo ha llevado a varias especies al borde de la extinción.
A casi dos horas de Santo Domingo, la capital de República Dominicana, atravesando la isla de sur a norte, se encuentra Nagua, un pequeño municipio costero donde la vida comienza cuando cae la noche. Los últimos meses del año las linternas y las baterías escasean, las fincas se quedan sin trabajadores y los coladores dejan de pertenecerles a las cocinas. Las playas permanecen solas de día, pero se llenan de personas ante el asomo de la oscuridad.
Unos metros antes de llegar, pequeños focos de luz empiezan a verse desde la carretera hacia el mar. Parecen cientos de faros anunciándole a un barco su destino. Una ciudad móvil que flota sobre el agua. Son miles de pobladores que, desde mediados de septiembre, transforman su vida alrededor de una actividad casi desconocida para el planeta.
“Lo que buscamos”, dice Darling Tineo, un joven de 18 años, “es la anguila”. Un pez traslúcido y escurridizo, de ojos negros saltones, textura gelatinosa y más pequeño que un meñique.
Su pesca, que se ha convertido en la más importante económicamente para esta nación insular, ha sido también un alivio financiero y, en ocasiones, la única alternativa de trabajo para los habitantes de la zona. Según el último informe general sobre la pobreza en República Dominicana, en Nagua, una ciudad de casi 80.000 habitantes, el 43 % de los hogares vive en la pobreza.
Un joven pescador mira la botella en la que carga su pesca de la noche: cinco angulas que aún no le alcanzan para completar el gramo de peso. Un gramo puede costar 240 pesos dominicanos, un poco más de US$4.
Aunque la mayoría de pescadores de anguila son hombres, esta pesquería también ha sido una alternativa económica para cientos de mujeres en República Dominicana.
En la pesquería también participan personas migrantes provenientes de otros países del Caribe, como Haití, y de Suramérica, como Venezuela.
Entre los instrumentos para pescar angula se encuentran una malla fabricada artesanalmente, una linterna y una botella para almacenar los alevinos, que son las crías de anguila.
Quienes pescan desde tierra usan una malla de palo largo y forma circular que les permite llegar al agua desde la superficie, le llaman naso. Generalmente practican esa actividad cerca de los muros que protegen la costa de erosión, en las inmediaciones del río Nagua.
Aunque todavía no hay una cifra oficial, se estima que en República Dominicana hay alrededor de 14 mil o 15 mil personas que pescan anguila.
Las costas de Nagua, en República Dominicana, son ocupadas por pescadores a partir de las 6 p.m. Generalmente, buscan lugares seguros, donde la corriente no sea fuerte y el nivel del agua sea bajo.
Los pescadores fabrican con botellas los recipientes donde almacenan las angulas. Con un pedazo en forma de cuchara recogen la anguila de la malla y la introducen en un embudo, también de botella, por donde llega hasta donde es guardada.
“Aquí es muy difícil que les den trabajo a los jóvenes, entonces nosotros nos defendemos con la pesca de anguila”, asegura Yarleni, de veinte años. La acompañan su esposo, su mamá, su padrastro, sus hermanos y su abuela. “La mayoría estamos aquí por el desempleo. Porque si hubiera empleo no estaríamos aquí cogiendo lucha”, dice una mujer que pasa por el lugar. “Cogiendo lucha”, me explican después, es un término popular para referirse a las duras condiciones de este trabajo.
Desde el atardecer, las calles se llenan de caminantes y motociclistas que cargan a su espalda unas extrañas redes de malla verde fabricadas por ellos mismos. Otros llevan coladores. Se dirigen al mismo destino: la desembocadura del río Nagua. Esperan el primer minuto en que se ponga el sol para entrar al agua. Allí estarán, empapados de pies a cabeza, hasta la madrugada.
Ryonosuke Nakazono, de 37 años, nació y vive en Japón, a más de 13.200 kilómetros de distancia de Nagua. Come angula desde que tiene memoria, pero no está muy seguro de dónde proviene. Sabe que, en los últimos años, por la escasez, su precio ha aumentado considerablemente, y ahora solo puede darse el lujo de comer una-jû (un par de trozos de filete de anguila sobre arroz) cuatro veces al año. El plato, que tradicionalmente se come antes de iniciar el verano, puede costar entre 3.000 y 5.000 yenes, algo así como US$50 ($200.000 colombianos).
Japón es uno de los países que consume más angulas en el mundo. Cerca del 70 % de la producción anual (casi 130.000 toneladas) termina allí. Esta gran demanda, que ha aumentado con la popularidad de la cocina asiática en varios países, está generando una presión sin precedentes en las poblaciones de anguilas, llevándolas al borde de la extinción.
La Anguilla japonica, nombre científico de la especie de esa zona, tuvo un pico de capturas en la década de los 60, con más de 3.000 toneladas al año. En 2020 solo pudieron conseguir 65 toneladas, según cifras del Ministerio de Agricultura, Silvicultura y Pesca japonés.
Como sus anguilas no daban abasto, Asia empezó a importar grandes cantidades de otras especies provenientes de Europa (Anguilla anguilla), las Américas y el Caribe (Anguila rostrata). Pero la historia se repitió. Para los años 2000 la población de anguila europea había caído en un 95 %. La preocupación por el impacto que estaba teniendo la pesquería llevó a que se incluyera, en 2007, en el Apéndice II de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES). En 2010, la Unión Europea decidió ir más allá y prohibió todo tipo de comercio de esta especie, pues fue declarada en peligro crítico de extinción.
Pero el mercado no acabó ahí. Desde entonces, las Américas y el Caribe se han convertido en la alternativa ante la escasez de otras especies, posicionándose como la nueva gran despensa para el consumo. Sus exportaciones al continente asiático pasaron de ser de dos toneladas en 2004, a 47 en 2013. Hoy la Anguilla rostrata está declarada en peligro de extinción, pues se estima que sus poblaciones se han reducido en un 50 % en los últimos 36 años; sin embargo, aún no ha sido protegida por ningún tratado o convenio internacional.
“Las angulas son peces que llegan tarde a su madurez sexual y tienen un ciclo de vida bastante complejo, por lo que son muy vulnerables ante este tipo de pesquerías. Europa y Japón son un ejemplo de lo que puede pasarle a la anguila americana si no se toman las medidas necesarias pronto”, asegura Diego Cardeñosa, biólogo colombiano, que trabaja desde hace trece años en conservación de especies marinas y lleva siete años investigando el tráfico de especies amenazadas.
¿Qué está haciendo que las poblaciones de anguilas caigan tan rápido? Todo este comercio se sostiene de anguilas bebés, que no llegan a los cinco centímetros de largo. Al retirarlas tan jóvenes de los ecosistemas, no pueden completar su ciclo de vida, y no alcanzan la madurez sexual (que en algunos casos puede tardar hasta a los treinta años). Tampoco han logrado reproducirlas en cautiverio.
Las poblaciones de anguila, en diferentes regiones del mundo, se han reducido drásticamente durante los últimos 50 años. La anguila americana (Anguilla rostrata), pescada en el Caribe, se encuentra en peligro de extinción, según la UICN.
Un comercio escurridizo
Los años en el agua les han enseñado a los pescadores que, de las noches sin luna, resultan mejores jornadas. Con la luz las anguilas se esconden, pero con el agua revuelta y turbia que deja el paso de un aguacero se atrapan más fácil.
En la playa se paga cada gramo de anguila en efectivo. Para completar un gramo se necesitan siete anguilas bebés. Solo se pescan esas, las llamadas “anguilas de cristal”, que van entrando desde el mar a la boca de los ríos, y que, según cuentan los pescadores, deben ser capturadas antes de que se hayan alimentado en agua dulce. Su pequeño tamaño les permite transportar al exterior hasta 6.000 ejemplares vivos en un paquete que apenas pesa un kilo, pero vale miles de dólares.
Localmente, un kilo de este pez puede costar unos 250.000 pesos dominicanos, casi US$4.400. Antes de ser enviado al exterior alcanza los US$8.000 y al llegar a Japón puede costar más de US$12.000. En 2018, según reveló un reportaje en un medio local japonés, un kilo alcanzó el precio de US$35.000 (casi $140 millones). “En Colombia tienen esmeraldas y mucho oro. Nosotros tenemos anguilas”, se regodea uno de los pescadores.
Los compradores esperan pacientes debajo de algún árbol cercano o en casetas improvisadas. No hay ningún letrero que diga “se compran anguilas”, pero todos saben a dónde tienen que dirigirse con sus capturas. Tienen una balanza digital con una moneda —que confirma que el peso está calibrado—, un par de coladores y una neverita blanca de poliestireno.
Generalmente se quedan hasta las seis de la mañana, cuando el último pescador sale del agua. A esa hora los escoltan militares o policías para proteger el producto.
La pesca de anguilas de cristal se hace con diferentes métodos. Uno de ellos es a través de un cable largo, con una luz verde, que atrae a las anguilas hacia ese lugar. Cuando están cerca los pescadores las atrapan con coladores adheridos aun palo largo.
Las angulas de cristal miden aproximadamente cinco centímetros, son transparentes con una columna y ojos visibles. Nadan desde el océano por miles de kilómetros hasta las bocas de los ríos en el Caribe, donde son capturadas.
Cientos de hombres, mujeres, jóvenes y niños salen en la noche a pescar angula. La actividad se ha convertido en un sustento económico para muchas familias.
Por un gramo, que equivale a siete angulas los pescadores reciben cerca de 240 pesos dominicanos: más de 4 dólares. En una buena noche pueden pescar entre 18 y 50 gramos, es decir, entre 75 y 210 dólares.
La pesca de angulas también trae riesgos. En las noches la marea es más fuerte y elevada, y los pescadores pueden caerse, golpearse o ahogarse.
En las jornadas también se ven niños y jóvenes pescando con sus familias. Si es una buena noche de pesca, y están cayendo varias anguilas en las mallas, suelen quedarse hasta la madrugada.
El puente de Nagua, que pasa sobre el río con su mismo nombre, es uno de los puntos más populares de pesca en República Dominicana. La pesca es abierta, por lo que cualquier persona puede ir a pescar angula en este lugar.
En República Dominicana el negocio funciona así: el Consejo Dominicano de Pesca y Acuicultura (Codopesca), la autoridad pesquera del país, entrega unas licencias de explotación y otras de exportación de anguilas. Quien recibe la licencia de explotación de alguna zona de pesca es conocido por los pescadores como el “dueño del río”. A los compradores que trabajan para él deberán venderle lo atrapado en la noche. Los compradores son la cara visible de una cadena que de ahí en adelante deja de ser clara. Nadie lo dice oficialmente de manera pública, pero es un secreto a voces: en lo más alto del negocio, que suele estar ligado a las exportaciones, están involucradas importantes esferas del poder. Nombres de autoridades gubernamentales, congresistas, exmilitares y ministros resuenan entre labios.
Solo las personas de mayor confianza del dueño de la licencia saben hacia dónde se llevan las anguilas una vez que dejan la playa: llegan a unas bodegas con ubicación secreta, protegidas por personas armadas, donde terminan de pesarlas y arreglarlas para ser exportadas vivas. Se empacan en bolsas con agua y oxígeno puro, y se guardan en neveras con bloques de hielo con el fin de aletargarlas lo que dure su camino al exterior. Según la prensa local, el 79 % de las exportaciones de anguilas dominicanas van a Canadá, el 19,8 % a Hong Kong y el 1 % a Estados Unidos. “Pero su destino final es Japón y el mercado asiático”, afirma Carlos Then, director de Codopesca. Allí serán llevadas a “granjas de engorde” en donde, tras casi un año, alcanzarán el peso y la talla suficientes para ser consumidas.
Que la pesca ocurra en la noche, en lugares abiertos, de manera masiva y en 86 ríos de la isla (que son los que hacen parte oficialmente de las licencias para explotar el recurso, según información entregada por Codopesca) hace que la trazabilidad y la legalidad de este mercado sean dos aspectos extremadamente desafiantes y casi imposibles de controlar.
“En las gestiones pasadas el control a esta pesca ha sido un desorden, y se rumora que las licencias, los puntos clave y los ríos buenos se negociaban y se entregaban a personas cercanas o a quienes daban algún dinero”, asegura Then, quien hace poco más de un año llegó a la dirección de esa cartera. “Se ha desarrollado una industria que no es del todo clara y limpia, en la que incide mucho lo que es el mercado negro”, explica.
No existen estadísticas oficiales
En República Dominicana no existen estadísticas oficiales sobre los niveles de captura en cada punto de pesca de anguilas. No se ha realizado ningún estudio de impacto ambiental de esta pesquería o un estudio biológico sobre la especie. Tampoco se sabe, concretamente, cuántos pescadores de anguila hay en el país. Los únicos datos que se tienen son de lo que se exporta legalmente.
“Un negocio como las drogas”
Son las nueve de la noche y estamos en uno de los puntos de compra de anguila para el mercado legal. Los compradores lucen tensos, están a la espera. En los últimos días, las negociaciones con los compradores de otros ríos sobre el precio que pagarán por cada gramo de anguila no han llegado a un acuerdo y tienen enfrentados a varios grupos de la zona. Hoy la mayoría llegaron armados. Decidieron salir a comprar al precio que consideraban ante la falta de una decisión entre las cabezas del negocio. Dicen “estar listos” por si otros “tigres” se acercan a cuestionarlos. No es la primera vez que pasa.
Si hay un punto crítico alrededor de la pesquería de anguilas en República Dominicana, que se repite en cada temporada (que va de principios de octubre a finales de marzo), es la discusión por el precio del producto. “Los precios”, dice Vaqueró, un pescador del lugar, “los bajan los compradores a su gusto”. “Cuando saben que va a haber buena pesca se llaman entre ellos, coordinan y lo bajan. Y nosotros nos molestamos”. Cada vez que eso pasa, cuenta, buscan a otro comprador que la compre más cara, así tengan que desplazarse a otras playas. “El mejor precio suele tenerlo el mercado negro… Pero el negocio es así: a quien te da buen precio, tú le vendes”, insiste.
Después de pesar las angulas compradas a los pescadores, se empacan en bolsas plásticas. Cada bolsa contiene aproximadamente un kilo de anguilas bebés vivas. La bolsa se llena con oxígeno puro y se pone dentro de una nevera de icopor con paquetes de gel congelado.
A medida que avanza la cadena de venta, el precio de las anguilas sube. Un kilo de anguilas bebés a punto de ser exportado puede costar cerca de US $5.000 en República Dominicana
Decenas de motocicletas se parquean alrededor de la caseta improvisada de un comprador de anguilas. Durante la temporada de pesca los compradores se encargan de cuidar las motos y los instrumentos para pescar silos pescadores se comprometen a venderles el producido de la noche.
“Desde que el gobierno hizo la primera negociación con los orientales para iniciar la pesquería de anguilas, esto se ha manejado como una mafia”, asegura Juan*, una de las principales cabezas del mercado negro en esta zona de la isla, quien pidió que su identidad fuera protegida. “Hace unos años, junto a un grupo de personas, decidimos que este negocio había que descentralizarlo, pero eso ha tenido un costo”, agrega.
A diferencia de Nagua, un punto al que puede ir a pescar cualquier persona, en otras zonas de la costa norte dominicana la pesca es fuertemente controlada y custodiada. En los alrededores de los ríos hay “supervisores” armados, que vigilan que los pescadores no se lleven el producto para venderlo afuera a un mejor precio. Por eso Anderson, quien pesca desde hace tres años, prefiere desplazarse todos los días a catorce kilómetros de su corregimiento para pescar en el río Nagua.
“El año pasado tuvimos una baja muy lamentable de un compañero de pesca, que nos lo mataron casi en los pies porque estábamos discutiendo el precio, así como ahorita se está discutiendo el precio también”, cuenta. “Sentimos que están jugando con nuestro sustento, porque uno es el que coge riesgo, se enfrenta a ahogarse, dura toda la noche en ríos contaminados cogiendo bacterias y ellos son los que hacen el dinero”. Al principio de esta temporada el gramo estaba a 80 pesos. En los diez días que estuvimos visitando las playas de Nagua pasó de 120 a 175 pesos. Estas últimas semanas alcanzó los 250 (más de US$4).
“Se dice que, prácticamente, este es un negocio igual que la droga”, asegura Vaqueró, quien pesca desde hace siete años. “Y tiene sentido, porque esto mueve mucho dinero, pero no sabemos muchas cosas. No sabemos a quién le vende la anguila el comprador, ni cuánto cuesta, ni a dónde llega, ni qué tanto llega. No sabemos nada del destino de ella una vez la entregamos”, agrega.
¿Qué pasa, entonces, con la anguila que logra quedarse en el mercado negro?
Según Codopesca, existen dos posibilidades. “El mercado negro tiene dos clientes, ahora mismo. Por un lado, tenemos el trasiego de una frontera porosa con Haití, donde también hay pesca de anguila, pero está mucho menos regulada y se exportan mayores cantidades que las dominicanas”, afirma Then. Haití es la otra mitad de la isla La Española. Ambos países cuentan con la suerte de que millones de anguilas sean arrastradas cada año, desde el mar de los Sargazos, hasta sus costas por las corrientes oceánicas. Hasta hace unos años, uno de los mayores compradores de anguilas en República Dominicana era un haitiano.
“Cuando las anguilas no se van para Haití”, retoma el director de CODOPESCA, “el mercado negro se las vende aquí a algunos de los que tienen licencia. También nos hemos dado cuenta de que, en ocasiones, a falta de los controles necesarios en el aeropuerto, la anguila se saca sin autorización nuestra”.
Hasta 2020 República Dominicana tenía una cuota límite de exportación de anguilas vivas de 2.500 kilos que era poco respetada. En 2018 se exportaron 2.898 kilos y en 2019 fueron 3.840 kilos, según estadísticas de la Dirección General de Aduanas del país.
“Si la presión sigue siendo tan alta, como parece ser no solo en República Dominicana, sino también en otros lugares como Haití y la costa de Estados Unidos, vamos a ver un animal en peligro crítico bastante pronto”, asegura el biólogo Cardeñosa. “Pero abolir esta pesquería tendría un impacto muy alto en la vida de los pobladores, y podría impulsar el mercado ilegal”. Para dar una solución, afirma, es necesario apuntarle a un manejo sostenible del recurso.
Este viernes se cumplieron seis meses del asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse. Su muerte, según reveló hace un par de semanas una investigación del New York Times, parecía estar relacionada con el lucrativo negocio de la pesca de anguilas en ese país, del que formaban parte las altas esferas de gobierno, y que parece estar fuertemente vinculado al narcotráfico.