Un estudio publicado en Science por un grupo de investigadores de la Universidad de California, de la London School of Economics y de la Universidad de Delaware, combinando datos oceanográficos, de los caladeros y de 747 especies comerciales evidencia los países gestionan sus recursos pesqueros como si estos fueran algo local. Pero las pesquerías no conocen fronteras y las poblaciones de peces se comportan como un único cuerpo, propio e interconectado, que no responde a los límites administrativos que los humanos se han repartido por zonas económicas.
La clave ha sido observar, no los peces adultos, sino la dispersión de las larvas, de cuyos flujos entre países han reconstruido un mapa. Y así han visto que los estados son mucho más dependientes de otros de lo que ahora tienen en cuenta. Es decir, si un país no respeta las cuotas pesqueras o agota sus recursos, esto no solo afectará a su economía y empleo, sino a otros muchos lugares que ni sospecha. Y, además, que un país tenga muchos o pocos recursos pesqueros también es gracias a sus vecinos, donde han nacido esas larvas y viajado a otras aguas. “Cuando las pesquerías se gestionan mal o no se protegen en un punto, esto afecta a la seguridad alimentaria en otro punto del mundo”, concluyen los autores.
Pero no solo afecta a que los humanos podamos seguir comiendo pescado o vivir de la pesca, sino también a la supervivencia de los propios peces. Estos científicos han visto que, al comportarse como un micromundo único, las pesquerías pueden frenar hasta un punto los daños gracias a aquellos puntos del mapa menos conectados, más aislados, los cuales hacen de muro y evitan que se propague el impacto.
Sin embargo, si la agresión se produce en lugares mucho más conectados, esto afecta de lleno a aquellos elementos de la cadena que hacen de eslabón con los demás. “La destrucción del hábitat, la sobrepesca o el cambio climático en una zona de pesca puede hacer que el impacto se extienda más allá de sus propios límites”. Esto también significa que las pesquerías responden a una curiosa ley: se puede recorrer todo este pequeño mundo en muy pocos pasos, de forma que “los daños en un punto pueden acelerarse en cascada”.
Para poner los resultados de su investigación en contexto, los investigadores han dado un paso más y han calculado qué impacto tiene esto desde un punto de vista económico. Para ello, consideraron la cantidad y el valor de la pesca real dentro y fuera de cada zona pesquera. Por ejemplo, Japón, China y Alaska son los países con aguas más productivas, aunque más aisladas por sus pocos vecinos. Después, identificaron los países que pueden ser más vulnerables a cómo gestionan otros sus pesquerías, por situarse en las zonas más conectadas, y estas son los del Caribe, el oeste de África, Europa del Norte y Oceanía. En total, han calculado que unos 10.000 millones de dólares del valor de la pesca global anual depende de estos flujos transnacionales de larvas. Por lo tanto, los recursos pesqueros no solo no son de nadie, sino que su valor económico es compartido.