El calentamiento acelerado de los océanos no solo desplaza peces: también descoloca la arquitectura política y científica que sostiene la pesca sostenible. Una nueva investigación liderada por el Marine Stewardship Council (MSC), publicada el 4 de noviembre en la revista Cell Reports Sustainability, advierte de que las pesquerías dirigidas a especies altamente migratorias —con los atunes en cabeza— son las más expuestas a la sobrepesca a medida que los recursos cambian de territorio buscando aguas más frías.
El estudio analiza más de 500 pesquerías certificadas o evaluadas según el estándar del MSC, desde el krill antártico hasta los grandes pelágicos, bajo un escenario pesimista de emisiones hasta 2050. Sus conclusiones dibujan un mapa de vulnerabilidad muy claro: en primer lugar aparecen las pesquerías de túnidos y otros grandes migradores; después, las de pequeños pelágicos como caballa, arenque, capelán o merlán azul; y, en tercer escalón, las de peces blancos como bacalao, eglefino o rape.
El mecanismo de riesgo es doble. Por un lado, el aumento de temperatura empuja a los stocks hacia latitudes más altas o zonas más profundas, alterando áreas históricas de pesca y rutas migratorias. Por otro, esos desplazamientos hacen que una misma población quede sometida a marcos regulatorios distintos —nuevos Estados ribereños, diferentes organizaciones regionales de ordenación pesquera (OROP), o incluso zonas de alta mar con normas menos estrictas— sin que los acuerdos de reparto de cuotas se actualicen al mismo ritmo. El resultado potencial: conflictos entre países y tentación de capturar más antes de que lo haga el vecino.
Ejemplos recientes apuntados por el MSC y distintas fuentes científicas refuerzan la alerta: regreso del atún rojo a áreas del Atlántico noreste donde había desaparecido durante décadas, desplazamientos de túnidos tropicales en el Pacífico hacia el este, o movimientos al norte de pequeños pelágicos en el Atlántico nororiental. Cuando los peces cruzan fronteras sin que los tratados cambien con ellos, la sostenibilidad certificada se vuelve frágil.
Aunque el análisis se centra en pesquerías con certificación o en proceso de evaluación MSC —que en teoría cuentan con mejor ciencia, seguimiento y sistemas de control más robustos—, el mensaje de fondo es inquietante: si incluso estos casos “mejor gestionados” enfrentan riesgos crecientes, las pesquerías sin ese nivel de gobernanza pueden ser aún más vulnerables al binomio cambio climático–sobrepesca.
La fotografía no es homogénea. Las pesquerías de invertebrados bentónicos o sedentarios, como moluscos bivalvos, cangrejos o ciertas gambas, aparecen en el extremo opuesto del espectro: al no migrar largas distancias, están menos expuestas a disputas internacionales derivadas del cambio de distribución. Pero los autores recuerdan que estas especies sufren otros impactos climáticos —acidificación, olas de calor marinas, pérdida de hábitat— que no estaban en el centro de este trabajo.
De cara a la gobernanza global, la advertencia es directa. Si los Estados siguen gestionando como si los stocks fueran estáticos, los compromisos climáticos y los objetivos de pesca sostenible chocarán frontalmente. El MSC llama a reforzar los mecanismos de cooperación internacional, adaptar de forma dinámica las asignaciones de cuotas según la nueva distribución de las poblaciones, integrar escenarios climáticos en las evaluaciones de stock y blindar la toma de decisiones científicas frente a presiones a corto plazo. Entre las recomendaciones destacan la revisión periódica de acuerdos en las OROP, el uso sistemático de modelos que incorporen desplazamientos de especies y la condicionalidad de acceso para flotas que no respeten los nuevos marcos.
El mensaje llega, además, en un momento políticamente sensible: a las puertas de la COP30 en Brasil, donde océano, clima y seguridad alimentaria volverán a cruzarse en la agenda. Desde la oficina francesa del MSC, su dirección subraya que mantener pesquerías viables en un océano cambiante exige pasar de la simple “foto fija” de cuotas al enfoque de “objetivo móvil”: gestionar recursos que se mueven, con reglas capaces de moverse con ellos.
Para las flotas atuneras y pelágicas europeas —desde el Cantábrico hasta el Índico—, el estudio funciona como un espejo incómodo y una hoja de ruta: quien quiera seguir pescando mañana en un océano más cálido tendrá que asumir hoy acuerdos más flexibles, más científicos y, sobre todo, más compartidos.
