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miércoles, diciembre 17, 2025
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El pescado, a examen en clave de cerebro: salud, ciencia y un reto infantil

El pescado, a examen en clave de cerebro: salud, ciencia y un reto infantil

Álava, Mulet y Santi F. Gómez alertan del desplome del consumo en jóvenes y reclaman combatir mitos, adaptar formatos y educar desde casa: “nutrir el cerebro” también es política alimentaria

El I Congreso de Pesca España dejó una de sus ponencias más transversales con un mensaje directo: hablar de pescado ya no es solo hablar de capturas, mercados o sostenibilidad; es hablar de vida, ciencia y salud. Bajo ese título, la doctora en Psicología Clínica y de la Salud Silvia Álava, el catedrático de Biotecnología de la UPV e investigador José Miguel Mulet y el doctor Santi F. Gómez, director global de Investigación y Programas de la Gasol Foundation, construyeron un relato común: el pescado es un alimento estratégico para el desarrollo cognitivo y emocional, pero su presencia en la dieta —sobre todo en edades tempranas— se está erosionando a un ritmo preocupante.

Álava situó el debate en un órgano que rara vez aparece en congresos del sector primario: el cerebro. Recordó que, aunque representa en torno al 2% del peso corporal, es un gran consumidor de energía y necesita estar “bien nutrido” para funcionar. En su explicación, la conexión entre alimentación y bienestar no es una metáfora: cuando faltan nutrientes esenciales, los efectos se notan tanto en el terreno emocional —más ansiedad, estados de ánimo más bajos— como en el rendimiento cognitivo, con dificultades para concentrarse y mantener la atención. El núcleo de su argumento fue claro: no basta con “alimentar”, hay que nutrir el cerebro.

En ese punto, el pescado apareció como un aliado privilegiado por su composición. Álava subrayó la importancia de los ácidos grasos esenciales, como el omega-3 y el omega-6, que el cuerpo no sintetiza por sí mismo y que deben incorporarse a través de la dieta. Citó también su papel en estructuras clave —membranas cerebrales y procesos asociados al funcionamiento neuronal— y advirtió de que los déficits se traducen en señales de alerta cotidianas: irritabilidad, peor ánimo, menor capacidad de atención. Un recordatorio, en suma, de que la salud mental y el rendimiento escolar también tienen una dimensión nutricional.

La ponencia giró entonces hacia el diagnóstico social con los datos aportados por Santi F. Gómez. La fotografía, basada en información representativa de la población española de 8 a 16 años, dibuja una tendencia descendente sostenida: en el año 2000, un 82% de niños y adolescentes declaraba consumir 2 a 4 raciones de pescado a la semana; dos décadas después, en 2019-2020, el porcentaje había caído al 62%; y tras la pandemia, en 2022, bajó de nuevo hasta el 57%. El deterioro es aún más evidente en adolescentes: solo un 53% mantiene esa frecuencia. Y el golpe no se reparte por igual: existe un gradiente socioeconómico que deja a los hogares de menor nivel con cifras en torno al 40-45% de consumo regular. En el conjunto de la dieta mediterránea, remarcó, el grupo de alimento saludable que más ha empeorado precisamente es el pescado, por encima incluso de frutas, verduras o legumbres.

La mesa completó el mapa con otro ángulo: el momento en que se “construye” el cerebro. Gómez insistió en que el pescado —especialmente el pescado azul— es relevante no solo en infancia y adolescencia, sino también durante el embarazo y la lactancia, etapas en las que el aporte de omega-3 cobra especial valor. El aviso, más que clínico, fue de salud pública: cualquier vulnerabilidad nutricional en los primeros años puede dejar huella a largo plazo y aumentar riesgos de deterioro cognitivo en edades posteriores.

La pregunta incómoda la formuló el propio debate: con tanta evidencia y tanto consenso sobre beneficios, ¿por qué el pescado pierde terreno? José Miguel Mulet apuntó a un enemigo contemporáneo que no se pesca en el mar, sino en redes sociales: la mala información. Explicó que un bulo se resume en ocho palabras —“no comas pescado, tiene mercurio”— y desmentirlo requiere mucha más energía, matices y atención. En un ecosistema de mensajes rápidos, advirtió, la ciencia llega tarde si no aprende a jugar en el mismo tablero. Su receta fue simple: hacer pedagogía sin complejos, combatir mitos con datos y utilizar formatos que conecten con los canales donde hoy se forma la opinión.

Mulet defendió, además, el papel de las conservas como herramienta útil y moderna, no como “sustituto de segunda”: permiten consumir pescado todo el año, ayudan a reducir desperdicio alimentario y facilitan el acceso a más personas. También colocó el pescado en el centro de un argumento climático: como fuente de proteína, es más eficiente que otras de origen animal porque los peces son de sangre fría y su producción de proteína requiere menos energía metabólica.

La recta final de la ponencia aterrizó en lo cotidiano: cómo lograr que el pescado no sea “aburrido”, “feo” o “complicado” para los niños. Álava trasladó un punto clave desde la psicología: la experiencia del menor empieza antes del primer bocado. Si los padres muestran inseguridad —por el miedo a espinas o por creer que “no le va a gustar”— el niño capta esa emoción y la convierte en rechazo. Recordó que la neofobia alimentaria se trabaja con paciencia: algunos alimentos necesitan 10 a 15 exposiciones para incorporarse con normalidad. La propuesta pasó por cambiar el enfoque de la obligación al disfrute, cocinar con sabores amables, minimizar miedos y, como añadió Gómez, involucrar a los niños en la compra y la preparación. El cierre, práctico y sin dramatismo, resumió la idea: si el problema son las espinas, no pasa nada por comprar pescado fileteado. Lo importante es quitar el miedo y volver a comer pescado.

En un congreso donde se habló de excelencia, mercados y futuro del sector, la ponencia dejó una conclusión que atraviesa toda la cadena: el pescado necesita relato, formato y confianza. Porque si el consumo se rompe —sobre todo entre jóvenes y familias con menos recursos—, no solo se pierde un hábito saludable: se debilita el vínculo cultural con el mar y se resiente, también, el futuro económico de la pesca.

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