El colapso de la producción de salmón en la región chilena de Magallanes pone de rodillas a la industria local y plantea preguntas globales sobre el futuro de la acuicultura.
La industria pesquera, en todas sus formas y en todos los rincones del mundo, es una piedra angular del empleo global. Desde la pesca hasta el procesamiento y la distribución, garantiza el sustento de millones de familias. Pero desde uno de los polos estratégicos de la producción mundial de salmón llega una señal de alarma que debe hacer reflexionar a todo el sector: en la región de Magallanes, en Chile, la repentina desaceleración de la producción ha eliminado 1.500 empleos sólo en las plantas de proceso.
El corazón de la industria salmonera chilena late más lento. Hace más de tres años Chile alcanzó un récord de 180.000 toneladas de salmón, una cifra que hoy parece pertenecer a otra época. El año 2024 cerró con apenas 100.000 toneladas, lo que supone una caída del 44,4%. Detrás de estas cifras se esconde la realidad cotidiana de unas plantas obligadas a trabajar a ritmo reducido, operando con un solo turno diario. La maquinaria permanece parada, las mesas de trabajo se vacían y el personal cualificado queda sin perspectivas.
Según Carlos Odebret, presidente de la Asociación de Salmonicultores de Magallanes, la situación es resultado de una serie de obstáculos regulatorios y ambientales que bloquean el crecimiento de un sector vital. La gestión del área costera, las concesiones ambientales y los retrasos burocráticos han hecho del camino de las empresas un laberinto sin salida. Las áreas silvestres protegidas, que representan el 60 por ciento de la región, permanecen cerradas al desarrollo de la acuicultura, mientras que las instituciones locales delegan la gestión a entidades como el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, lo que crea más restricciones a la producción.
Eso no es todo. Más de 59 solicitudes de nuevos permisos para granjas de salmón han estado en un limbo burocrático durante más de ocho años. Se trata de potenciales espacios productivos que abarcarían 676 hectáreas, distribuidas estratégicamente entre Puerto Natales, Punta Arenas y Río Verde. Pero los trámites, bloqueados también por solicitudes no resueltas en torno al Espacio Marítimo Costero para Pueblos Indígenas (ECMPO), siguen paralizados, alimentando la incertidumbre entre los operadores y congelando cualquier plan de expansión.
La propuesta de gestión de la Reserva Nacional Kawésqar, bajo escrutinio por su potencial impacto sobre la industria, es otro punto de tensión. Los salmonicultores ven este plan, elaborado por una ONG estadounidense, como una amenaza concreta a la supervivencia de un sector ya muy penalizado.
El caso chileno no es sólo noticia local: es un reflejo de cómo las políticas ambientales, si no se equilibran con las necesidades de producción, pueden poner en riesgo sectores enteros del empleo. Una advertencia que cruza el océano y que interpela también a Europa y a Italia, donde la coexistencia entre sostenibilidad y crecimiento económico sigue siendo un desafío constante. Para el salmón chileno, el tiempo se acaba. Y para la industria pesquera mundial, es hora de cuestionar su futuro.