La rápida expansión de la energía eólica marina en Europa ha abierto un nuevo frente de investigación: el posible impacto de las sustancias químicas presentes en los materiales utilizados en la construcción y operación de los parques marinos. Un consorcio de universidades e institutos de investigación europeos, entre los que se encuentra Ifremer (Instituto Francés de Investigación para la Explotación del Mar), desarrolla desde 2023 el proyecto Anemoi, destinado a evaluar la magnitud del fenómeno y sus potenciales consecuencias medioambientales.
El programa, que se prolongará hasta 2027, reúne a una decena de socios académicos y más de medio centenar de investigadores, bajo la coordinación del Instituto belga de investigación en agricultura, pesca y alimentación. Su primer resultado es un exhaustivo estudio bibliográfico que ha recopilado información de unas 50 publicaciones científicas, informes técnicos y fichas de datos de materiales, confirmando que la cuestión merece ser analizada en detalle.
Una preocupación emergente
Aunque se da por hecho que materiales como pinturas, recubrimientos anticorrosión, aceites hidráulicos o compuestos plásticos contienen sustancias químicas, hasta ahora se desconocía el alcance real de su posible dispersión en el medio marino. La investigación parte de la hipótesis de que la erosión, las fugas o el desgaste de los equipos pueden liberar compuestos que alteren el ecosistema marino.
Los científicos de Anemoi advierten de que no se trata de cuestionar el desarrollo de la eólica marina, considerada un pilar de la transición energética europea, sino de anticipar y mitigar riesgos ambientales. La identificación de estas sustancias y el análisis de su ciclo de vida permitirá, en el futuro, recomendar materiales alternativos o sistemas de control más eficaces.
Una industria en plena expansión
Europa se ha marcado el objetivo de multiplicar por cinco su capacidad de eólica marina de aquí a 2030, lo que implica la instalación de centenares de nuevas turbinas y estructuras en sus aguas. Francia, Alemania, Bélgica y Dinamarca se encuentran entre los países más activos en este sector, y a ellos se suman proyectos de gran escala en España, Portugal e Irlanda.
Este crecimiento convierte al mar en un espacio clave de la transición energética, pero también plantea interrogantes sobre cómo compatibilizar el desarrollo industrial con la protección de los ecosistemas marinos.
Hacia una evaluación integral
Los responsables del proyecto Anemoi insisten en que se trata de una aproximación científica pionera. Hasta ahora, la atención se había centrado en los impactos físicos de los parques eólicos, como el ruido submarino o la alteración de hábitats. Sin embargo, el ángulo químico apenas había sido explorado.
«Estamos ante un desafío transversal que requiere combinar oceanografía, toxicología, ingeniería y ciencias medioambientales», señalan los coordinadores del programa. Sus conclusiones, previstas para 2027, servirán de referencia tanto para los legisladores europeos como para la industria eólica, en un contexto en el que la sostenibilidad no solo se mide en kilovatios limpios, sino también en la capacidad de minimizar los efectos colaterales sobre el mar.
