Con las futuras elecciones europeas ya en el horizonte, este momento de zozobra que representa el Brexit (sobre todo para quienes, si nada lo remedia, se van) es en realidad una oportunidad y un reto para la UE y la respuesta a esta cuestión debe comenzar por una evidencia: la impotencia de los Estados-Nación frente a las consecuencias de la globalización. Es la hora de apostar más por la UE, porque el diseño institucional y las herramientas de que disponen los Estados devienen por sí solos insuficientes para hacer frente a las dinámicas desencadenadas por los mercados globales. ¿Alguien, salvo sus dirigentes actuales, cree que Reino Unido, apelando populistamente al viejo Imperio, logrará mayor soberanía, mayor independencia cuando la tendencia mundial y europea se orienta hacia una cada vez mayor interdependencia?.
Artículo de opinión de Juanjo Álvarez @jjalvarez64. Catedrático de Derecho Internacional
Las reglas del mercado impondrán su ley: ¿Podrá Reino Unido mantener su competitividad como economía y evitar la descapitalización que va experimentar tan solo con la anunciada medida de reducción a la mitad de su Impuesto de sociedades?; No, porque la clave no radica en convertirse en una especie de Singapur en Europa. Las inversiones radicadas en Reino Unido en sectores como el financiero, el bancario, el de seguros, el juego de apuestas on line o todas las sociedades mercantiles radicadas allí perderán los beneficios derivados de su todavía condición de entidades europeas hasta marzo de 2019: de ahí en adelante no tendrán ni ficha bancaria europea, ni licencia europea, ni personalidad jurídica europea que les permita ejercer en todo el territorio europeo las libertades de establecimiento y de prestación de servicios. Y el capital, el dinero no conoce de patrias ni de banderas ni de lealtades. Busca la seguridad jurídica, huye de la incertidumbre y se localiza donde mayor beneficio de explotación puede obtener.
Los ingleses siempre han sido excelentes negociadores. Es cierto. Pero no hablamos ahora de tácticas negociadoras, sino de que por todas estas razones objetivas antes expuestas esa pléyade de inversiones se acabará trasladando desde el Reino Unido a suelo europeo salvo que el Brexit que se negocie no sea en realidad tal y se garantice el respeto a las reglas del Mercado Único.
La UE no atraviesa su mejor momento histórico, pero o nos integramos más o nos desintegramos; es obligado exigir mayor cohesión de las políticas nacionales, mayor dotación presupuestaria para la UE, una parcial armonización fiscal directa que haga posible acentuar la Europa social; y eso solo es posible con el núcleo duro de Estados que estén dispuestos a seguir adelante. Va a ser inevitable crear círculos concéntricos en torno al corazón de la integración europea. Sin el Reino Unido, que siempre ha sido reticente a incrementar los presupuestos de la UE, ya no hay excusas: es el momento de refundar y reorientar Europa hacia una mayor integración.
No es posible, ni para el Reino Unido ni para ningún otro Estado, el mercado único a la carta: para la UE las cuatro libertades de circulación (personas, servicios, mercancías y capitales) son un todo innegociable e inseparable; no cabe, como pretende Theresa May, permanecer en el Mercado Único con sus enormes ventajas financieras, societarias y de intercambios comerciales y no aceptar al mismo tiempo la movilidad laboral y profesional dentro de la UE.
El Reino Unido ha sido, sin duda, y desde 1973, un socio europeo cualificado y muy especial al que hemos permitido un estatus singular y privilegiado; ¿cómo valorar su voluntaria marcha, con la enorme pérdida de beneficios que le supondrá una salida impulsada por la emocional, irracional e infundada reivindicación del viejo Imperio y de la independencia “real”? Ambas partes pierden, sí, pero si miramos con perspectiva, quien se va pierde mucho más.
Reino Unido apoyó con entusiasmo en 2004 la ampliación europea de quince a veintisiete Estados, consciente de que de esta forma se diluiría y se dificultaría el avance hacia una verdadera unión política, hacia una Europa Federal. El resultado es que dentro de la “vieja” Unión ha nacido una “nueva” Europa, concentrada alrededor de la eurozona, profundizando en la integración fiscal.
Como en una especie de círculos concéntricos, la gobernanza Comunitaria se complica un poco más. Este proceso consagra la emergencia de una Europa a varias velocidades, y lo que es peor, con varios timoneles al frente. Teníamos una mal dimensionada locomotora para propulsar veintiocho vagones, y ahora abrimos más raíles con diferentes anchos de vía, lo cual hará más compleja la toma de decisiones. Para unos es el comienzo de una nueva Europa; para otros el inicio de la desintegración, y para otros el primer paso, selectivo, hacia un mayor grado de integración, el germen del sueño de la Europa federal.
Es preciso reconstituir políticamente Europa. Hay que apostar por un liderazgo inequívocamente fuerte para reorientar bien la empresa común que representa Europa.