Las paradas biológicas y la falta de relevo generacional son los problemas más importantes del sector pesquero malagueño. Según una norma, se prevé prevé la prohibición de que los barcos de arrastre pesquen en fondos con profundidad inferior a seis metros. En una tierra siempre ligada al pescaíto y al marisco, los pescadores de Málaga aseguran que no pasa por su mejor momento. «En general la evolución de este año está siendo mala», sostiene Mari Carmen Navas, presidenta en funciones de la Federación de Cofradías de Pescadores, quien marca en el horizonte una larga lista de retos a los que el sector tiene que hacer frente en los próximos meses para tratar de seguir a flote, entre otros, el nuevo reglamento de pesca que prepara Europa y que, según advierten, supondrá «la muerte» del arrastre.Navas critica que los requisitos «serían inviables para cualquier embarcación de esta zona» por las características particulares del entorno.
Otra cuestión que preocupa a los pescadores tiene que ver con las ayudas por las paradas biológicas obligatorias. Según Navas, desde hace dos años la cuantía máxima que reciben son 15 días por barco, tanto para el patrón como para los trabajadores. «Además de eso, tienes que cumplir unos requisitos tan exigentes que no ha habido un barco que los haya cumplido», critica, explicando que una de las condiciones para recibir esas ayudas es tener siempre encendida la caja azul -un sistema de localización de los barcos de pesca- o no tener sanciones administrativas de pesca, aunque se hayan subsanado.
233 barcos
En la provincia de Málaga, la flota pesquera se mantiene, aunque desciende ligeramente de los 255 barcos que la componían el pasado año, a los alrededor de 233 actuales; y la situación es desigual según el puerto. Tampoco hay relevo generacional claro en el sector pesquero malagueño. Tal y como señala Navas, quien también es patrona mayor de los pecadores de Caleta de Vélez, es este puerto el que más tradición familiar de pesca mantiene y que sigue siendo el más importante en cuanto a número de embarcaciones y también de capturas (en lo que va de año concentra el 45% del total de la provincia). Caleta de Vélez es un pueblo que no se entiende sin la mar, por eso, allí sí es fácil encontrar a jóvenes dispuestos a embarcarse. Alrededor de su lonja, el centro de trabajo y negocio, se reúnen en las subastas de cada mañana y tarde pescadores recién regresados a tierra, compradores en busca de buen género y algunos curiosos, porque el lugar no deja de tener algo de espectáculo.
Aquí van llegando los 82 barcos que faenan en la zona, cargados con pesca del día atrapada por arrastre, cerco y trasmallo, fundamentalmente, entre otras artes menores. Manuel Pendón tiene 70 años y ya no sale a faenar, pero todos los días va al muelle a esperar a que lleguen los barcos de sus hijos para ayudarles a descargar. «Desde que tenía 12 años estoy metido en el agua y todavía no me he aburrido», subraya. Cuenta con orgullo que la suya es una familia de pescadores: «Mis abuelos, mis padres, yo … Y la saga de pescadores continúa, cuatro hijos que tengo, cuatro pescadores».
Explica que desde que él entró a pescar el sector ha cambiado mucho y que aunque no está «en la cresta de la ola», sí se van viendo mejoras que han ido haciendo de la pesca una profesión «menos dura». «Antes iba uno sin ropa ni calzado, nada más que tenía hambre uno, teníamos que estar en la playa para echar el barco al agua, nos mojábamos y esa ropa se quedaba en el cuerpo», recuerda.
El menor de sus hijos es Víctor Manuel Pendón Augusto, quien lleva en la mar desde los 16 años y que ahora, con 33 es patrón de barco. «De pequeño me gustaba ir a pescar con mi padre los veranos, empieza uno así y te va gustando cada vez más», asegura. Según cuenta, casi todos sus amigos también se dedican a la mar, aunque precisa que casi todos son dueños de barco, «lo que hay son pocos trabajadores, porque son muchas horas».
En otra embarcación, Victoria Azuaga y Rafael Barrientos van a bordo con su hijo de 26 años, la tercera generación de pescadores en su familia. «Este es el único recurso que hay y el que yo le puedo dar, aunque es un futuro incierto y con pocas expectativas», indica su padre, que pide a la Junta «un poco más de empeño» para ayudar al sector. Su yerno, de 40 años, también trabaja en el barco desde hace seis años, aunque en su caso no hay mucha vocación. Antes se dedicaba a la construcción y asegura que si le saliera algo «en tierra», se iría. «Me adapté bien, lo que peor llevo es el mal tiempo, a los madrugones se acostumbra uno», afirma.
Juan Jiménez Bravo tiene 32 años y es pescador desde hace 14, antes era carpintero, pero la crisis le empujó a la mar. «Para trabajar en un barco te tiene que gustar la pesca y la mar, sino es imposible», explica. Aunque considera que «en cierta manera es un trabajo miserable porque se pasa mucho calor, mucho frío, hay mal tiempo, el sueldo no es fijo… Pero a todo se acostumbra el cuerpo», porque, según apostilla: «Ser marinero se lleva en la sangre».
Cifran las pérdidas por la marea roja en 1,5 millones
Las toxinas que este verano, en plena temporada alta de marisco, obligaron a cerrar durante seis semanas los nueve caladeros que hay en la provincia ha provocado al sector pérdidas que ascienden al millón y medio de euros, según la Federación de Cofradías de Pescadores de Málaga. Lejos de esta cifra, desde la Delegación de Agricultura y Pesca hacen referencia a las ventas de marisco en lonja de julio y agosto de 2017 y que, según los datos oficiales de la Junta, sumaron 189.000 euros. «La mar no tiene exactitud», defiende Navas, que explica que el año pasado, por ejemplo, «no hubo casi chirla y este había mucha»