El sector pesquero y de productos del mar cierra 2025 con una sensación compartida: ha seguido avanzando, pero en un espacio cada vez más estrecho. Entre normas, costes, mercados y expectativas, el año no ha dejado recetas fáciles, aunque sí ha servido para poner nombre a varias cuestiones de fondo que ya no pueden esconderse bajo el ruido de lo urgente. El acuerdo de cuotas pesqueras ha sido el mejor de los posibles, pero la situación del verdel o xarda merecía el cierre definitivo. La alegría viene de los astilleros, algunos de ellos en Galicia, que cuentan con una esperanzadora cartera de pedidos.
El primer gran rasgo del año ha sido la inestabilidad como “nueva normalidad”. Precios, disponibilidad de producto, logística y consumo han continuado moviéndose a golpes, obligando a las empresas a adaptarse de manera permanente. No es solo una cuestión de cuentas: cuando el entorno cambia rápido, la planificación se vuelve más frágil y las decisiones se encogen hacia el corto plazo. Es comprensible, pero tiene un coste: se resiente la visión industrial, la inversión se retrasa y se trabaja más “a supervivencia” que a estrategia.
El consumo cambia: importa tanto el “cómo” como el “cuánto”
En 2025 se ha consolidado otra tendencia clave: la transformación del consumo. El debate ya no es únicamente cuánto pescado se compra, sino cómo se compra y cómo se quiere consumir. Los niveles de consumo están bajos. La practicidad, la continuidad de calidad, los formatos y los servicios han ganado peso tanto en el comercio minorista como en la restauración. No ha sido un giro brusco, sino un proceso que se afianza y que obliga a toda la cadena —producción, lonjas, transformación, distribución y puntos de venta— a ajustar su propuesta. Leer el mercado con categorías antiguas empieza a ser una desventaja competitiva.
Normas y gestión de recursos: el punto más sensible
El capítulo de las reglas sigue siendo, como siempre, el más delicado. Especialmente en el Mediterráneo, donde la tensión entre sostenibilidad biológica y sostenibilidad económica se ha hecho más visible. Las decisiones normativas afectan directamente a la operativa diaria de la flota, al empleo y a la vida de las comunidades costeras. 2025 no ha resuelto esa fricción: más bien ha dejado claro que la transición es necesaria, pero que sin tiempos realistas y herramientas adecuadas puede generar más incertidumbre que mejora.
Un factor silencioso: la reputación del sector
Hay además una dimensión que no siempre se ve, pero que decide mucho: la reputación. En un entorno informativo rápido y a menudo polarizado, el sector pesquero queda expuesto a relatos simplificados —cuando no deformados— que chocan con lo que ocurre realmente en los puertos, en las plantas, en el mar o en la distribución. La distancia entre la realidad de la cadena y la percepción pública sigue siendo grande. Reducirla no es solo “comunicar mejor”: es construir credibilidad con datos, transparencia y coherencia, a largo plazo.
2026: menos eslóganes, más precisión
Mirando al año que entra, quizá la palabra adecuada no sea “crecimiento” ni “relanzamiento”, sino precisión. Precisión en las decisiones empresariales, en las políticas públicas, en los mensajes al mercado y al consumidor. Un sector maduro no necesita consignas; necesita condiciones estables para trabajar, invertir y programar con claridad.
El balance final de 2025 no pretende ser definitivo, pero sí deja una idea clara: el año no simplificó el tablero, pero ayudó a identificar dónde están los retos reales. Afrontarlos exigirá menos respuestas emocionales y más análisis, menos consignas y más responsabilidad compartida a lo largo de toda la cadena del pescado. Con ese espíritu, el sector encara 2026 buscando lo que más se ha echado en falta: estabilidad, decisiones más conscientes y un debate más serio entre todos los actores.
