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viernes, diciembre 5, 2025
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Drones e inteligencia artificial: la nueva frontera de la Defensa

La escena se repite cada vez con más frecuencia: una fragata navegando en silencio, radares y sensores saturados de información, y en el centro de operaciones una pantalla donde sistemas de inteligencia artificial ayudan a distinguir, en segundos, si lo que se aproxima es un dron enemigo, un simple eco del mar o un avión aliado. Lo que hace pocos años sonaba a ciencia ficción se ha convertido ya en rutina en las principales marinas del mundo.

En el ámbito europeo, Francia está situando buena parte de esta transformación en torno a una nueva estructura: la Agencia Ministerial para la Inteligencia Artificial de Defensa (Amiad), creada en 2024 y dependiente del Ministerio de las Fuerzas Armadas. Repartida entre el centro de la Dirección General de Armamento (DGA) en Bruz, cerca de Rennes, y Palaiseau, en la región parisina, esta agencia trabaja precisamente en el corazón de esa revolución: el desarrollo y la integración de soluciones de IA en aplicaciones que van desde la acústica submarina hasta la lucha contra drones.

De la detección acústica a la guerra contra los drones

En el caso de la Marina nacional francesa, la inteligencia artificial ya no es un lujo tecnológico, sino una condición para “estar al nivel de sus competidores”, como reconocen los propios mandos. Los mares son hoy un entorno saturado de señales: ruidos de hélices, comunicaciones, ecos de sonar, firmas térmicas, tráfico civil… Separar lo relevante de lo irrelevante es una tarea inmensa para un equipo humano, pero es el terreno natural de la IA.

En acústica submarina, por ejemplo, algoritmos entrenados sobre millones de registros son capaces de identificar patrones sonoros asociados a determinados tipos de buques, submarinos o incluso drones subacuáticos. Allí donde un operador escucha ruido, la IA ve una huella. Esa capacidad de clasificación automática permite ganar minutos preciosos en la toma de decisiones y reduce el riesgo de error.

En superficie y en el aire, la irrupción de los drones —baratos, maniobrables, cada vez más autónomos— ha cambiado las reglas del juego. Los ejercicios antidrones, como los desarrollados en el Mediterráneo con buques como la fragata Lorraine, muestran hasta qué punto la defensa frente a estos aparatos depende de la capacidad de detectarlos, rastrearlos y neutralizarlos a gran velocidad.

Aquí, de nuevo, la IA se vuelve central: combina imágenes de radar, cámaras ópticas, infrarrojos y otros sensores para identificar firmas de vuelo anómalas, distinguir un dron de un ave, anticipar trayectorias y proponer respuestas adecuadas (contramedidas electrónicas, armas de energía dirigida, sistemas cinéticos). El factor humano sigue siendo decisivo, pero el ciclo “detección–clasificación–decisión” se apoya ya en sistemas automatizados que filtran y priorizan amenazas.

Amiad: una fábrica de algoritmos para las Fuerzas Armadas

La creación de la Amiad responde precisamente a la necesidad de coordinar e industrializar este tipo de desarrollos. Con unos 200 especialistas en activo y cerca de un centenar de incorporaciones previstas hasta 2026, la agencia se perfila como una auténtica “fábrica de algoritmos” al servicio de la Defensa.

Su misión no se limita a abrir líneas de investigación, sino también a conectar a las Fuerzas Armadas con el ecosistema civil: startups, universidades, centros de investigación y empresas tecnológicas. De este modo, Francia intenta evitar quedar atrapada entre los gigantes digitales estadounidenses y la presión tecnológica de otras potencias militares, trasladando al ámbito de la seguridad y la defensa innovaciones que ya están transformando la industria o el transporte.

Entre los campos de trabajo prioritarios se encuentran:

  • Fusión de datos y ayuda a la decisión en centros de mando, para que los responsables dispongan de una imagen de situación más clara y dinámica.
  • Optimización de mantenimiento de buques, vehículos y aeronaves, utilizando IA para anticipar averías (mantenimiento predictivo) y alargar la vida útil del material.
  • Autonomía de drones y sistemas no tripulados, tanto en mar como en aire y tierra, respetando el principio de “control humano significativo” en el empleo de la fuerza.
  • Ciberdefensa y guerra electrónica, donde la velocidad de reacción frente a ataques automatizados solo puede responderse con herramientas igualmente automatizables.

Por qué los drones se han vuelto tan decisivos

La importancia de los drones en la Defensa se ha puesto de manifiesto en conflictos recientes, donde pequeñas aeronaves no tripuladas han logrado efectos que antes solo estaban al alcance de grandes plataformas. Su capacidad para vigilar, corregir el tiro de artillería, atacar objetivos concretos o saturar defensas rivales ha obligado a todos los ejércitos a replantearse doctrinas y prioridades de inversión.

Para las marinas, los drones —aéreos, de superficie y submarinos— permiten extender el alcance de sus sensores mucho más allá del horizonte, vigilar estrechos y zonas portuarias, inspeccionar cascos, rastrear minas o realizar misiones de reconocimiento en entornos de alto riesgo sin poner en peligro a la tripulación.

En paralelo, la proliferación de drones hostiles, improvisados o comerciales adaptados, ha convertido a los buques y bases navales en objetivos potenciales de ataques de bajo coste pero gran impacto mediático y operativo. De ahí que la combinación “drones + IA” sea hoy vista como un binomio inseparable: sin algoritmos capaces de detectar, clasificar y responder, el volumen de amenazas superaría la capacidad humana de gestión.

Ventajas estratégicas… y nuevas preguntas éticas

El despliegue masivo de IA y drones en Defensa aporta ventajas evidentes:

  • Velocidad de reacción: la capacidad de procesar en segundos lo que antes llevaba minutos u horas.
  • Superioridad informativa: mejor conocimiento del entorno, del adversario y de la propia situación.
  • Protección de las tropas: más misiones realizadas por sistemas no tripulados en entornos peligrosos.
  • Eficiencia de recursos: empleo más racional de municiones, combustible y horas de vuelo o navegación.

Pero también plantea dilemas. ¿Hasta dónde debe llegar la autonomía de un dron militar? ¿Quién es responsable último de una decisión de fuego sugerida por un sistema de IA? ¿Cómo se evitan sesgos, errores de identificación o ciberataques que manipulen los datos sobre los que la IA toma decisiones?

Por eso, tanto en Francia como en otros países europeos, los desarrollos en este campo se acompañan cada vez más de marcos éticos y jurídicos específicos, que intentan garantizar que la tecnología se use bajo control político y militar claro, manteniendo la figura del operador humano como responsable final.

Un futuro inevitablemente “inteligente”

La puesta en marcha de agencias como la Amiad es, en realidad, un síntoma de algo más profundo: la convicción de que la superioridad militar del futuro no se jugará solo en el número de buques, aviones o carros de combate, sino en la capacidad de integrar sensores, datos y algoritmos en un sistema coherente.

En ese futuro, los drones —en todas sus formas— serán los ojos, los oídos y, en algunos casos, las manos extendidas de unas Fuerzas Armadas cada vez más conectadas. La inteligencia artificial, por su parte, actuará como cerebro auxiliar, capaz de procesar en tiempo real lo que ningún equipo humano podría absorber por sí solo.

La gran cuestión no es ya si la Defensa incorporará estos avances, sino cómo, con qué reglas, con qué nivel de transparencia y con qué garantías para evitar que la “guerra inteligente” cruce líneas que las sociedades democráticas no están dispuestas a aceptar. Mientras ese debate avanza, en centros como Bruz, Palaiseau o sus equivalentes en otros países, ingenieros y militares trabajan a contrarreloj para no quedarse atrás en una carrera tecnológica que, esta vez, se libra tanto en el mar y en el aire como en los silenciosos servidores donde viven los algoritmos.

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