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viernes, diciembre 5, 2025
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Puertas voladoras para una nueva pesca: la revolución silenciosa de Ignacio Soler (Simrad) en el arrastre mediterráneo

El veterano experto en tecnología pesquera Ignacio Soler, de Simrad, defendió en un reciente encuentro sectorial una idea clara: si la flota de arrastre del Mediterráneo quiere sobrevivir a costes disparados, restricciones europeas y creciente presión ambiental, la solución no pasa por faenar más, sino por faenar mejor. Y en ese cambio, las llamadas puertas voladoras —diseños que trabajan suspendidos del fondo— se han convertido en una pieza clave para reducir consumo de gasóleo, minimizar el impacto en los fondos marinos y mejorar la rentabilidad de los barcos.

Con más de medio siglo de experiencia a sus espaldas, hijo de armadores de Santa Pola y conocedor directo de la evolución del arrastre desde los años 70 hasta hoy, Soler trazó ante los pescadores un relato sin eufemismos: “Durante años respondimos a las limitaciones con más potencia, más hierro y más red. Acabamos trabajando para la gasolinera”. La entrada en la UE, las vedas, los recortes de días de mar, las tallas mínimas, las cuotas y las exigencias de selectividad obligaron a la flota a buscar caladeros más lejanos y a tecnificarse a marchas forzadas. El resultado fue una flota más potente, pero con costes energéticos desbocados y un esfuerzo de pesca difícil de sostener.

Frente a este modelo, Soler explicó cómo la innovación en artes —y en particular el desarrollo de puertas de arrastre de menor resistencia y, después, de puertas que prácticamente no tocan el fondo— ha permitido un giro radical. Estas puertas voladoras dejan de comportarse como grandes “arados” que surcan y remueven el lecho marino, y pasan a trabajar elevadas, con el peso y el diseño justo para abrir la red sin arrastrarse sobre el sedimento. Ese cambio, combinado con redes más selectivas y ligeras, se traduce, según los proyectos que expuso, en reducciones de hasta un 60–65% en la resistencia de las puertas y, en consecuencia, en un ahorro muy significativo de combustible.

Soler recordó uno de los casos más ilustrativos: un arrastrero mediterráneo de gran potencia que, con puertas tradicionales y artes pesados, veía cómo el gasóleo se comía la cuenta de resultados. Tras la incorporación de puertas de nueva generación más ligeras y eficientes, la resistencia bajó drásticamente y el consumo se redujo de forma notable. Al mismo tiempo, la calidad del producto mejoró: en pesquerías como la gamba roja, donde el precio depende de que el marisco llegue limpio y brillante, evitar el levantamiento de fango marca la diferencia entre una caja de máximo valor y otra depreciada. “Una puerta que no remueve barro es dinero para el armador y para la tripulación”, sintetizó.

El experto de Simrad subrayó que el verdadero cambio no es solo técnico, sino cultural: dejar de medir el éxito por kilos descargados y empezar a medirlo por euros ganados, días trabajados y huella ambiental. Las puertas voladoras, explicó, permiten mantener o incluso mejorar las capturas de tamaño comercial con menos esfuerzo efectivo: menos consumo, menos horas de arrastre inútil, menos desgaste del equipo y mayor selectividad, al combinarse con copos de malla cuadrada y diseños que favorecen la salida de los ejemplares pequeños. “Si la cuota de gamba es la que es, lo inteligente no es seguir atrapando pequeña barata; es capturar mejor la grande que paga el mercado”, insistió.

En su intervención, Soler también defendió que esta tecnología responde a las exigencias de la sociedad y de las propias normativas sin condenar al sector. Al reducir el contacto con el fondo, se limita el impacto sobre hábitats sensibles; al mejorar la eficiencia, disminuyen las emisiones asociadas a cada kilo de pescado capturado; al facilitar artes más selectivos, se reducen descartes y se protege el reclutamiento de las poblaciones. Todo ello, remarcó, sin obligar a la flota a “morir de regulación”, sino ofreciéndole herramientas para adaptarse.

El mensaje estuvo cargado de autocrítica hacia inercias históricas del propio sector. Soler recordó cómo durante años muchas embarcaciones rechazaron cambios que hoy se consideran básicos —desde la malla cuadrada hasta los sistemas de eco-sonda avanzada o la gestión fina de la velocidad de arrastre— por miedo a salir de la zona de confort. Pero defendió que las experiencias acumuladas con puertas voladoras y diseños ecosistémicos demuestran lo contrario: donde se han probado con rigor, se ha ahorrado combustible, se ha reducido el impacto en el fondo y se ha ganado dinero. “La pregunta no es si podemos seguir como antes, porque eso ya no es posible. La pregunta es si queremos usar la tecnología para pescar menos tiempo, gastar menos y ganar más”, planteó.

Soler encuadró estos desarrollos en un contexto más amplio, en el que los fondos europeos para innovación —como el FEMPA— y la presión regulatoria sobre la huella ambiental de la pesca obligan a anticiparse. Puertas programables que permiten fijar su altura sobre el fondo, combinadas con redes optimizadas y sensores que informan en tiempo real de la geometría del arte, ya no son prototipos lejanos, sino opciones reales para parte de la flota. “Nos guste o no, vamos hacia un modelo donde cada litro de gasóleo y cada metro cuadrado de fondo cuentan. El que entienda eso a tiempo tendrá futuro”, concluyó.

Su intervención dejó una idea central: las puertas voladoras no son solo un “invento técnico”, sino el símbolo de una nueva forma de entender el arrastre mediterráneo, en la que eficiencia económica, selectividad y menor impacto dejan de ser conceptos enfrentados para convertirse en la única salida viable.

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