El arquitecto y analista industrial, considerado uno de los padres de la economía circular, defendió una economía industrial centrada en la utilidad, la reparación y el trabajo local frente al modelo lineal basado en producción y residuos
La ponencia online de Walter Stahel, arquitecto, analista industrial y uno de los pioneros de la economía circular, fue una invitación directa a repensar los fundamentos de la economía industrial. Bajo el título “Simbiosis industrial”, Stahel distinguió con claridad tres enfoques: la economía lineal, que se ocupa de la “salida” y los residuos; la simbiosis industrial, que sigue centrada en la producción, aunque de forma más eficiente; y la economía circular, que comienza precisamente donde termina el modelo lineal y pone el foco en el uso y la utilidad de los bienes. “La pregunta clave es quién toma la decisión –subrayó–. La respuesta es muy sencilla: usted. Nadie más lo hará por usted”.
Stahel recordó que el origen de la circularidad no está en los manuales económicos, sino en la propia naturaleza, “un sistema circular en el que no existe el desecho, porque lo que para unos organismos es residuo se convierte en alimento para otros”. Agua, madera, minerales o biomasa circulan en ciclos cerrados que mantienen el equilibrio. Traducido a la sociedad, explicó, esa circularidad puede adoptar formas muy distintas, desde el “buen casero” que cuida sus cosas durante años hasta contextos de pobreza o escasez, en los que la reutilización es una obligación. En este marco, apuntó que hay dos recursos naturales renovables realmente insustituibles para una sociedad sostenible: el agua, “para la que no hay sustituto posible”, y el trabajo, entendido como capacidad humana que se deteriora si no se utiliza.
Sobre la simbiosis industrial, Stahel recordó el caso de Kalundborg como ejemplo paradigmático de cómo los residuos de unas empresas pueden convertirse en materias primas para otras, pero advirtió de su vulnerabilidad. “Es, en el fondo, una cadena de enlaces: si uno se rompe, el sistema entero puede colapsar”, ilustró. En el extremo opuesto situó el ejemplo de la antigua República Democrática Alemana, una economía casi autosuficiente basada en recursos locales que mostró con crudeza los límites y la entropía de una simbiosis industrial mal integrada en los mercados globales.
¿Por qué, entonces, apostar por una economía circular centrada en el uso? Stahel habló de “riesgos ocultos” inherentes al modelo lineal, incluso en sus versiones más verdes. Uno de ellos es la discontinuidad en el acceso a materias primas: si los países productores deciden pasar de vender minerales a vender “moléculas” o servicios, las cadenas globales de suministro pueden cambiar de forma abrupta. Otro riesgo, más profundo, es el crecimiento acelerado de la llamada “masa manufacturada” –toda la materia transformada por el ser humano– frente a la masa biológica. “Vivimos en un planeta finito. Si aumentamos de forma descontrolada la masa manufacturada, reducimos la masa biológica y con ella la biodiversidad. Sin naturaleza no habrá vida humana: al dominarla, nos estamos empujando fuera del planeta”.
El experto situó la economía circular en un mapa más amplio de formas de circularidad humana: comunidades sostenibles no monetizadas, sociedades circulares y economías circulares formales. En todos los casos, insistió, el núcleo no es producir más, sino “cuidar de los productos, de las personas, del capital natural y del capital cultural”. Estos cambios, dijo, no se producirán por inercia ni con un “business as usual”, sino a partir de decisiones conscientes de individuos, empresas y administraciones. En ese tránsito, la “suficiencia” –renunciar, reducir, reutilizar, rellenar– es una de las estrategias más eficaces para reducir el consumo de recursos.
Para aterrizar estas ideas, Stahel recurrió a ejemplos cotidianos. Citó los urinarios sin agua como solución sencilla para ahorrar un recurso crítico, y recordó una práctica tradicional india: conservar el agua en recipientes de cobre. “El cobre tiene un efecto biocida suave –explicó–; permite mantener el agua en buen estado durante días, algo que no ocurre en recipientes de plástico o de determinados metales”. Para él, estos casos muestran que muchas innovaciones circulares surgen de combinar ciencia y tradición, y no solo de grandes inversiones tecnológicas.
Stahel advirtió también de que la economía circular auténtica es disruptiva. “No va a ocurrir sola –dijo–. Exige cambios profundos en los modelos de negocio y en la regulación”. Solo aparece de forma espontánea en situaciones extremas, como guerras o crisis agudas, pero esas circunstancias, como recordó al mencionar los conflictos en Gaza o Ucrania, están en las antípodas de una economía circular deseable. Por eso, defendió que la transición circular debe ser fruto de políticas y decisiones empresariales deliberadas, no de la escasez forzada.
En su esquema, la economía industrial circular se sostiene sobre tres grandes “hileras”. La primera es el área de “R”, que agrupa todas las estrategias de reutilización y restauración: reparar, reacondicionar, remanufacturar, modernizar productos, alargar su vida útil. “Es la única estrategia que preserva el agua, la electricidad y el CO₂ incorporados en cada objeto desde la mina hasta el punto de venta”, subrayó. La duración de la vida útil, añadió, no depende tanto de la tecnología como del cuidado y el mantenimiento. “La decisión vuelve a ser suya: usted decide reparar, y usted se beneficia empleando mano de obra local en su comunidad”.
La segunda es el área de “D”, ligada al cierre del ciclo material: desmontar, descontaminar, deslaminar, desconstruir edificios e infraestructuras para recuperar átomos y moléculas lo más puros posible. Esta área, reconoció, se parece a la simbiosis industrial clásica y es necesaria, pero tiene límites claros: “Pierde toda la energía incorporada y el agua consumida en la producción y sufre el efecto de la entropía”. A ello se suma el problema de los recursos disipativos: micro y nanopartículas, PFAS y otros “químicos eternos” que se dispersan en la naturaleza y resultan casi imposibles de recuperar, convirtiéndose en “el peor enemigo de la sostenibilidad y de la salud”.
La tercera hilera es invisible: la de la responsabilidad y la “liability” asociada a los materiales antropogénicos. Según Stahel, solo la política puede imponer esa responsabilidad a los productores, obligándoles a hacerse cargo del ciclo completo de vida de sus productos y de los costes que hoy externalizan hacia la biosfera. Paralelamente, situó fuera de estas tres hileras un espacio clave: la innovación en nuevos materiales y componentes diseñados desde el inicio para ser compatibles con la circularidad y evitar problemas futuros.
Antes de concluir, Stahel volvió sobre el área de “R” para reivindicar su enorme potencial desaprovechado. Puso como ejemplo la reparación de buques durante las escalas en puerto: “Hay astilleros flotantes y empresas capaces de hacer reparaciones, soldaduras y pintura mientras el barco carga o descarga. Son modelos muy rentables porque cada día que el buque está parado el armador pierde dinero. Reparar en operación convierte el mantenimiento en una oportunidad, no en un coste”. Para el sector marítimo, apuntó, esta lógica de servicio, eficiencia y reducción de paradas abre un campo amplio de innovación circular.
Su intervención se cerró con una referencia a Aristóteles, que ya en la Grecia clásica distinguía entre riqueza basada en la propiedad y riqueza basada en el uso. “La verdadera riqueza –recordó Stahel– se basa en el uso, no en la propiedad. Si queremos un futuro sostenible, debemos aprender a usar bien los objetos y los materiales. Si además decidimos poseerlos, entonces asumimos también la responsabilidad de cuidarlos”. Con esa llamada a la responsabilidad individual y colectiva, el “padre” de la economía circular dejó un mensaje nítido a la audiencia: la transición no se jugará solo en grandes cumbres ni en planes estratégicos, sino en miles de decisiones diarias sobre cómo producimos, cómo consumimos y cuánto tiempo hacemos durar lo que ya tenemos.
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