La ría de Vigo sigue manteniendo su pulso al ritmo de construcciones. Tras años de altibajos, 2025 está cerrando con un mensaje rotundo: Vigo se ha consolidado como la mayor factoría naval privada de España, con 22 buques en cartera y el 45% de la carga de trabajo del sector privado concentrada en sus gradas. La foto no es solo de volumen, sino de perfil industrial: el músculo está en la especialización y en la complejidad de los encargos.
En la avenida de Beiramar, donde el acero forma parte del paisaje, el termómetro de la actividad se mide también en CGT —el indicador que pondera horas de trabajo, materiales y dificultad técnica—. La carga conjunta se sitúa en 138.000 CGT, un nivel que refleja la buena salud de los astilleros y, sobre todo, de la red de empresas auxiliares que convierte cada contrato en empleo, ingeniería, metal y conocimiento.
El salto de Vigo no se explica por fabricar “más”, sino por fabricar “mejor” y “más complejo”. El sector insiste en la misma idea: hay una masa crítica capaz de competir en mercados internacionales con buques donde la ingeniería pesa tanto como el casco. Oceanográficos, pesqueros de última generación, patrulleras, megayates o barcos de apoyo a la eólica marina: contratos que exigen precisión, certificaciones, integración de sistemas y una cadena de suministro afinada.
La cartera, además, es abiertamente global. Los pedidos abarcan una lista larga de banderas y destinos, y el mapa de clientes consolida una tendencia que el naval gallego viene cultivando: exportación y especialización como fórmula para blindarse frente a los ciclos.
En este empuje destaca Freire Shipyard, con una cartera donde conviven la ciencia, el sector primario y el segmento de alto lujo. El astillero trabaja en buques oceanográficos como el Anita Conti (Francia), el Thuwal II (Arabia Saudí) y el Dana V (Dinamarca), y mantiene también el foco mediático en un proyecto confidencial de gran eslora —un megayate conocido como “Incognita”, de 107 metros— que apunta a convertirse en uno de los hitos más comentados del ciclo próximo.
En paralelo, la ría se ha colocado en el radar de la transición energética. Astilleros Ría de Vigo (Grupo Armón) impulsa un contrato especialmente simbólico: el buque de servicio para parques eólicos offshore de Bibby Marine, concebido para operar con baterías y sistemas de bajas emisiones, con un diseño que incluso contempla la recarga en alta mar. Es el tipo de proyecto que no solo suma carga de trabajo: también posiciona al astillero —y al ecosistema local— en un mercado que Europa quiere acelerar.
Y en el otro extremo de la cartera, Cardama mantiene actividad con encargos de defensa y multipropósito, aunque uno de sus contratos más sonados, el de las patrulleras oceánicas para Uruguay, ha estado rodeado de controversia política y administrativa en el país comprador, lo que ha añadido ruido e incertidumbre a un segmento en el que la reputación es casi tan valiosa como el plazo de entrega.
La perspectiva inmediata es de continuidad. El clúster Aclunaga proyecta un incremento del 10% en las referencias en construcción para 2026 y habla de una dinámica cercana al récord. Pero el propio sector señala el principal límite: la mano de obra. La advertencia es clara: una parte muy relevante de la plantilla se jubilará en menos de una década, y si no se acelera el relevo —formación, captación y especialización— la ría corre el riesgo de tener pedidos… sin suficientes manos cualificadas para convertirlos en barcos en plazo.
Vigo, en definitiva, no lidera solo por número. Lidera por el tipo de contratos que está cerrando y por su capacidad de convertir complejidad en ventaja competitiva. El reto ahora es sostener el ritmo: asegurar personal, mantener la calidad y seguir ganando mercado en un mundo que pide barcos más limpios, más inteligentes y más difíciles de construir.
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