El 19 de setiembre de 1942 es una fecha que ha quedado grabada en la historia de la Marina con trazos de luto. En plena II Guerra Mundial, un buque de la Naviera Aznar, el Monte Gorbea, sucumbió al ataque de un submarino alemán a la altura de las Pequeñas Antillas, al norte de Venezuela. Murieron cuarenta y tres personas y se perdió su carga en toneladas de maíz. A pesar de la gravedad del siniestro, la noticia tardó en saltar a la prensa. El compromiso entre las autoridades franquistas y las germanas tuvo la culpa. Ochenta años han pasado desde aquel suceso.
En los primeros años de la década de los años 1940 el tráfico de buques por el Océano Atlántico llegó a ser muy peligroso, incluso para los que aparentemente no tenían nada que ver con la guerra. Esas aguas intercontinentales se convirtieron en escenario de la actuación de una flota de submarinos alemanes que, con actuaciones dignas del mejor pirata de tiempos pasados, torpedeaban sin más a cualquier buque que no enarbolara la bandera nazi.
El propósito era evitar que Estados Unidos apoyara a los países aliados con el armamento que pedía Winston Churchill desde Londres. Para ello la Marina de Guerra germana estaba al quite de los buques que procedían de la costa del Pacífico y, atravesando el Canal de Panamá, se disponían a cruzar el Atlántico. Hubo un momento en que ya importaba poco la bandera que llevaran.
Toda una manada de submarinos se lanzó a una loca caza sin cuartel en la que no siempre hubo caballeros como el comandante Herbert Schultze que, tras hundir cargueros ingleses, avisaba por radio al enemigo indicando las coordenadas para que acudieran a recoger a los náufragos. La piratería resurgió con notable crueldad.
“¡IMITAD AL ÍDOLO!”
El primer submarino alemán que se internó en el Atlántico fue el U-37 al mando del capitán de corbeta Victor Oehrn. La orden que tenía este oficial era hundir todo el tonelaje enemigo que fuera posible y obtener toda la información posible sobre las defensas antisubmarinas británicas. Fue a partir de ese momento cuando los responsables de cualquier tipo de buque que cruzara este océano empezaron a temerse lo peor.
Las bases submarinas que se establecieron tanto en Noruega (Bergen, Trondheim, Kristansund y Narvik) como en Francia (Brest, Lorient, Burdeos, La Pallice, La Rochelle y Saint-Nazaire) permitieron que el equilibrio típico entre cazador y cazado se inclinara fuertemente a favor del primero. La costa oeste de Irlanda y el Golfo de Bizkaia se convirtieron por proximidad a sus refugios en las zonas marinas de mayor operatividad y, por consiguiente, peligro.
El Monte Gorbea fue el primer buque español con motor Diesel
Puesto en marcha el macabro servicio, a la Marina de Guerra alemana sólo le
faltaba crear un ídolo en ese tipo de indiscriminada caza para que su ejemplo fuera
seguido con verdadero afán. Lo encontraron en el capitán Günther Prien que el 14 de
octubre de 1939 hundió el potente acorazado Royal Oak consiguiendo tanto él como
toda la tripulación la distinción de héroes nacionales y como tales fueron
condecorados personalmente por Hitler.
Prien llegó a hundir 31 buques con un total de 192.102 toneladas de registro
convirtiéndose en un mito. Fue la señal de partida en la loca carrera imitativa de librar
el Atlántico de cualquier buque que no tuviera bandera alemana. El clímax se alcanzó
entre febrero y marzo de 1943, cuando los U-Boote echaron a pique a 97 barcos en
sólo veinte días.
SEGURIDAD EN ENTREDICHO
Éste era el ambiente marino que había cuando ocurrió la tragedia del Monte Gorbea, un trasatlántico construido en los Astilleros Euskalduna, de Bilbao, en 1923, bautizado por la Naviera Sota y Aznar como Arantza Mendi. No fue el único nombre que “bailó” como consecuencia del resultado de la guerra civil: La propia entidad propietaria pasó a denominarse Naviera Aznar.
Tenía 105,2 metros de eslora, 14,8 de manga y 6,3 de puntal. Disponía de una capacidad para albergar a 30 pasajeros y estaba diseñado como buque-escuela. Dato a tener en cuenta: Fue el cuarto de la naviera y el primero que se construyó en España
dotado con motor Diesel.
El Monte Gorbea fue uno de los buques de la citada naviera que cubría la ruta atlántica aprovechando el tirón que suponía la corriente migratoria hacia América surgida como resultado de la contienda española. Al ser una motonave mixta se podía permitir combinar el tránsito de pasajeros y el transporte de enormes cargamentos de grano -trigo y maíz, sobre todo- para remediar la necesidad alimentaria del país.
Para evitar que se produjeran incidentes en los trayectos, el Ministerio de Marina suscribió un acuerdo con el gobierno alemán a fin de que la flota española,
ejerciendo su derecho de neutralidad, no fuera atacada. A tal efecto, se hizo un listado
de buques de bandera española que los germanos distribuyeron a toda su flota para
que se les respetara en todos los posibles encuentros. Esta era la garantía que se
esgrimía ante los viajeros.
LA RUTA DEL MIEDO
El 19 de setiembre de 1942, el Monte Gorbea hacía la trayectoria Buenos Aires-Bilbao, llevando a bordo treinta y tres pasajeros y cuarenta y seis tripulantes, mientras que en sus bodegas se apilaban 5.850 toneladas de trigo, lo que suponía una ayuda social de gran importancia.
La motonave, tras haber hecho escala en Curaçao para reponer combustible, se encontraba a 60 millas al este de Martinica, una de las islas de las Pequeñas Antillas. Sobre las siete y media de la tarde, fue atacada por un submarino alemán. Los torpedos alcanzaron las bodegas 2 y 3 y en menos de un minuto el buque se hundió por la proa. El suceso se saldó con la muerte de 43 personas, entre tripulantes y pasajeros, amén de la pérdida total de la carga.
Como el hecho trasgredía las normas acordadas por los gobiernos español y
alemán se llevó a cabo una investigación buscando al responsable. Durante unos días la prensa española silenció el hundimiento en espera de que los alemanes diesen una
explicación.
El comunicado del alto mando de las fuerzas armadas alemanas llegó así de ambiguo: “…Los submarinos han hundido un barco destinado al transporte de tropas
que transportaba 14.000 toneladas y han causado averías a otro transporte de 18.000.
Éste fue alcanzado por dos torpedos. Por último, los submarinos detuvieron a una
corbeta…”.
El Ministerio de Marina puso el grito en el cielo ya que la nota no podía ser más anodina y en momento alguno citaba al buque bilbaino. Para las autoridades germanas no había pasado nada. Era el pan nuestro de cada día en una guerra en la que todo valía y la piratería reinaba sobre el Atlántico.
UN CAPITÁN ENVALENTONADO
El submarino responsable del ataque fue el U-512, construido en los astillerosFinkenwärder de Hamburgo, botado el 9 de octubre de 1941 y rematado en Kiel, de donde partió hacia la aventura el 15 de agosto de 1942.
El teniente de navío Wolfgang Schultze, en su discurso de partida destacó ante su tripulación el compromiso personal adquirido de batir los récords establecidos hasta
entonces causando estragos entre los enemigos. Su fidelidad al Reich le hizo suponer
que estaba ante la gran oportunidad de su vida para medrar.
En su primera orden, Schultze evitó salir al Atlántico por el Canal de la Mancha y dirigió el U-512 al Mar del Norte para situarse frente a la costa de Noruega y llegar
cómodamente hasta las islas Feroe. Fue entonces cuando cambió de rumbo internándose propiamente en el Océano Atlántico con los torpedos preparados.
La primera ocasión se le presentó el 12 de setiembre cuando en el periscopio apareció la silueta del Patrick J. Hurley. Era éste un buque acondicionado como
petrolero de un año de vida. Había partido de Aruba, en las Antillas Holandesas, y pretendía llegar a Belfast, en Irlanda. Portaba 10.864 toneladas brutas de combustible
y no iba escoltado. Vamos, una perita en dulce para el U-512.
El buque bilbaino fue torpedeado y hundido por un submarino alemán
A la altura del Mar de los Sargazos, frente a la costa del estado norteamericano de Florida, el submarino alemán disparó un torpedo contra el petrolero, pero falló. Carl Stromgren, capitán del Patrick J. Hurley, era perro viejo y trató de escapar en zig-zag a una velocidad de 15 nudos. El U-512 le persiguió sin tregua durante seis horas y media hasta que, al día siguiente, consiguió hundir al buque. En la acción se perdieron diecisiete vidas entre oficiales, artilleros y marineros.
Envalentonado con este hundimiento, el submarino prosiguió su rastreo hasta que dio con la motonave bilbaina. Cuando Schultze, vio a la presa por el periscopio, desoyó las órdenes que tenía y dio orden de disparar en dos ocasiones. El Monte Gorbea estaba perfectamente identificado con bandera de un país amigo y en sus bodegas no había armamento, sino comida.
La acción de Schultze fue denunciada por sus camaradas. No era un hombre apreciado por la tripulación dado el agrio carácter que tenía como consecuencia de las borracheras que, según dicen, agarraba estando de servicio.
El funeral por las víctimas del Monte Gorbea se celebró en la iglesia de San Vicente, de Bilbao, con asistencia de los familiares, supervivientes y autoridades civiles y militares, así como por una representación de la Naviera Aznar. En el centro del templo se colocó un severo y artístico catafalco al que dieron guardia varios oficiales de la Marina Mercante. La capilla y coro interpretó por primera vez en Bilbao la Misa Coral de Requiem del maestro Perossi.
El 3 de octubre el U-512 fue localizado navegando al norte de Cayenne por un avión B-18 del escuadrón 99 de la flota norteamericana. Éste hizo cuatro cargas, dos de las cuales alcanzaron al submarino que se hundió tocando fondo a 23 brazas. Hubo un superviviente y 51 muertos.
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