El pionero polar presentó en Maritime Blue Growth su Trineo de Viento, una infraestructura científica cero emisiones nacida de 40.000 kilómetros de expediciones por Ártico y Antártida
En el foro Maritime Blue Growth, celebrado en Cádiz, el público venía a escuchar de puertos, energía marina y economía azul. Pero cuando Ramón Hernando de Larramendi tomó la palabra, el auditorio se desplazó de golpe a otro mapa: el del Ártico, la Antártida y las grandes extensiones de hielo que, durante décadas, han sido su lugar de trabajo.
“Las regiones polares son casi un mundo paralelo, que muchos sienten como si no existiera”, explicó. Un mundo que él ha recorrido durante más de 40.000 kilómetros y que conoce no solo como explorador, sino como diseñador de una de las herramientas más singulares de la ciencia polar actual: el Trineo de Viento, un vehículo eólico único en el mundo, capaz de navegar sobre hielo impulsado por cometas y energía solar, sin combustibles fósiles.
Su intervención en Maritime Blue Growth mezcló relato personal, advertencia climática y propuesta tecnológica: cómo una idea “aparentemente loca” –navegar sobre mares de hielo con viento como único motor– se ha convertido en una infraestructura científica española al servicio de la investigación polar.
Ramón H. Larramendi (Madrid, 1965) no nació junto al mar ni en una comunidad polar. Se formó como explorador desde cero, encadenando proyectos cada vez más ambiciosos:
Estos viajes le dieron algo más que experiencia física: le abrieron la puerta a los territorios polares y le colocaron en el radar de los medios. Con el premio Nescafé “Tu aventura vale un millón” pudo financiar la Transgroenlandia y empezó a perfilar un camino que ya no tendría vuelta atrás.
El gran salto llegó en 1990. A los 24 años, Larramendi se lanzó a la Expedición Circumpolar, un proyecto que ningún humano había completado antes y que nadie ha repetido: 14.000 kilómetros entre Groenlandia y Alaska, atravesando el Paso del Noroeste únicamente con trineo de perros y kayak.
Durante tres años, hasta marzo de 1993, avanzó sobre un territorio que mezclaba hielo marino, archipiélagos remotos y poblaciones inuit dispersas. En el camino:
Aquella expedición, recogida por National Geographic y seguida de cerca por medios internacionales, lo situó definitivamente entre los grandes exploradores polares contemporáneos. Y le dejó claro algo que hoy reivindica ante el sector marítimo: “en un entorno tan extremo, cada fallo de diseño, cada exceso, se paga caro; esa lógica deberíamos aplicarla también a cómo usamos los océanos”.
Groenlandia se convirtió pronto en su segundo hogar. Ya la conocía desde 1986, pero tras la Circumpolar su relación se hizo permanente: ha pasado inviernos completos con los inuit de Thule, ha recorrido repetidamente el casquete polar y, desde 1997, dirige la agencia Tierras Polares, pionera en España en viajes a regiones árticas y antárticas.
En 1999, Larramendi dio un giro de tuerca a su forma de explorar. Empezó a diseñar un vehículo capaz de desplazarse sobre el hielo impulsado por grandes cometas: una especie de “catamarán polar” apoyado en la sencillez de los trineos inuit.
Los primeros prototipos se probaron en Canadá y, más tarde, en Groenlandia para el programa Al filo de lo imposible de TVE. Pronto llegaron las grandes travesías con este nuevo concepto:
En paralelo, Larramendi consolidaba su papel como divulgador (libros, participaciones en Al filo de lo imposible) y como referente institucional: forma parte de la Junta Directiva de la Sociedad Geográfica Española y alterna su vida entre España y el sur de Groenlandia.
El siguiente escenario fue la Antártida. Allí, el Trineo de Viento tuvo que demostrar que era algo más que una curiosidad:
Estas campañas demostraron que el Trineo de Viento no era solo un ingenio aventurero, sino una plataforma científica viable, capaz de transportar toneladas de equipamiento y generar su propia energía a partir del viento y el sol. La Sociedad Geográfica Española premió aquella expedición, reforzando su reconocimiento internacional.
En Maritime Blue Growth, Larramendi explicó la evolución técnica del Trineo de Viento: de un prototipo “casi artesanal” a un convoy articulado de entre 10 y 20 metros, con cuatro módulos, capacidad para hasta ocho personas y entre 2.000 y 3.000 kilos de carga, alimentado por cometas y placas solares.
Su planteamiento es simple y radical:
Tras más de una década de pruebas, España ha incorporado el Trineo de Viento como quinta gran infraestructura científica polar, junto al buque Hespérides y las bases antárticas. El objetivo es que a partir de 2026 pueda realizar campañas bianuales atravesando la Antártida oriental, instalando estaciones meteorológicas en los lugares más fríos del planeta y apoyando proyectos de glaciología, cambio climático, química atmosférica o geofísica.
“No hay en el mundo otro sistema capaz de operar de forma tan limpia y con tanta autonomía en el interior del continente antártico”, defendió Larramendi ante los asistentes al foro.
Más allá del trineo, el explorador desarrolla proyectos que conectan tecnología, ciencia y cultura local. Uno de ellos es Inuit Climate Change Patrol, que pretende documentar el impacto del cambio climático en la región de Thule combinando el conocimiento tradicional inuit con herramientas científicas modernas. Su objetivo es que no desaparezca una cultura amenazada por el deshielo y la transformación del Ártico.
A la vez, desde Tierras Polares ha impulsado el turismo responsable hacia estas regiones, tratando de que el viajero comprenda la fragilidad de los ecosistemas polares y el valor de las comunidades que los habitan.
En Cádiz, ante un público centrado en puertos, shipping y energía marina, Larramendi utilizó su historia como espejo del debate sobre la economía azul:
Desde los Pirineos a los casquetes polares, desde el kayak al Trineo de Viento, la trayectoria de Ramón H. Larramendi es también una invitación al sector marítimo: mirar hacia los polos no solo como frontera económica, sino como escenario de prueba de tecnologías que hagan posible una economía azul de verdad sostenible.
Porque, como recordó en Maritime Blue Growth, “la ciencia y la tecnología pueden mover el mundo, incluso sobre hielo; lo importante es decidir hacia dónde lo queremos mover”.
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