Alberto López Echevarrieta
La fecha del 3 de noviembre de 1893 está íntimamente ligada con la historia de Santander. Sobre las dos de la tarde de ese día, la capital cántabra sufrió una de sus más terribles catástrofes a consecuencia de la explosión de dinamita que portaba el vapor Cabo Machichaco, anclado en el puerto. Se calcula que hubo casi seiscientosmuertos y varios miles de heridos. Una importante zona de la ciudad quedó destruida.
Hay algunos turistas que pasean en Santander por la Plaza del Machichaco y muestran su indiferencia ante el monumento que la preside: Una gran cruz sobre una base piramidal a cuyo pie una mujer muestra su dolor. Cualquiera que observe esa reacción se prestará a contar una de las historias más escalofriantes vividas por la capital cántabra en las inmediaciones de esa obra hace ahora 130 años.
DINAMITA DE GALDAKAO
Le hablarán del Cabo Machichaco, un vapor de cabotaje de la Compañía Ybarra que hacía la ruta Bilbao-Sevilla y tenía su primera escala en Santander. Tanto el capitán, Facundo de Leza y Muga, como la mayor parte de los 35 miembros de la tripulación eran naturales de Bilbao, puerto de donde partió el buque el 23 de octubre de 1893.
En aquella ocasión transportaba 1.700 toneladas compuestas por diversos materiales que iban desde productos alimenticios hasta contenedores de ácido sulfúrico y 1.720 cajas de dinamita de cincuenta cartuchos cada una procedentes de la factoría de Galdakao con destino a Sevilla y Huelva. También portaba hierro y acero en forma de raíles, setecientas rejas de hierro y tubos de fundición, procedentes de las factorías Altos Hornos, Aurrerá, Vizcaya y Bolueta. Se dijo entonces que podía ser una de las cargas de más valor salidas de Bilbao.
Aquella travesía empezó con dificultades. Como se había declarado un brote de cólera en Bilbao, el vapor tuvo que guardar cuarentena en el lazareto montado en la isla de Pedrosa ante el temor de cualquier infección, lo que fue un incordio para la tripulación deseosa de acabar el itinerario y deshacerse así de la peligrosa carga
Superada la prueba médica y obedeciendo las normas portuarias santanderinas, el viernes 3 de noviembre el Cabo Machichaco, por motivos de seguridad, atracó en los muelles de Maliaño, alejados entonces del centro de la capital.
COMIENZA LA TRAGEDIA
El primer conato de peligro surgió en torno a la una de la tarde de aquel día, cuando se declaró un incendio a bordo del barco que trataron de sofocar los miembros de la tripulación y el equipo de bomberos que formaba el retén de mediodía. La noticia corrió rápidamente y las autoridades técnicas tomaron el asunto con la gravedad exigida.
“¡Ha estallado una bombona de ácido sulfúrico que estaba en cubierta y ha producido un incendio!”, fue el grito de alerta.
La actividad en aquel muelle se centró inmediatamente en torno al Cabo Machichaco. La tripulación del vapor Alfonso XIII que acababa de llegar de un viaje a Cuba acudió presta en ayuda de sus compañeros. Se unieron también los componentes de los buques Eden, Galindo y del trasatlántico Catalina de la Naviera Pinillos.
Las operaciones que se llevaron a cabo para sofocar el incendio fueron objeto de la curiosidad de muchos transeúntes que se acercaron al muelle ignorantes no sólo de la peligrosidad del sulfúrico, sino de la carga de dinamita existente en las bodegas.
La concentración llegó al extremo de que alguien puso en claro la situación advirtiendo del riesgo que corrían. Hubo quien abandonó el lugar, pero a los más les venció el interés malsano de presenciar el siniestro, a ser posible desde la primera fila.
IMPACTO DE LA EXPLOSIÓN
La gran tragedia surgió sobre las cuatro y media de la tarde, cuando estallaron las dos bodegas de proa. La explosión afectó no sólo al Cabo Machichaco, sino a todo el muelle y a los edificios colindantes. Santander entero tembló ante semejante catástrofe. Numerosas personas murieron destrozadas por el impacto de la explosión, sobre todo las que había en el muelle. Algunas se arrojaron al agua para salvarse, pero perecieron ahogadas. Una lancha del Alfonso XIII que conducía por la bahía a varios oficiales de dicho buque con sus esposas fue destruida totalmente, pereciendo todas las personas que iban en ella.
Al ruido inicial se fue uniendo el que producían los edificios inmediatos al caer.
Desapareció el almacén de Tabacalera, uno de los más populares de la zona. La primera embestida de la explosión afectó a las viviendas de la calle Méndez Núñez, una de las zonas residenciales más codiciadas de Santander, donde estaban no sólo las agencias portuarias, sino también los más afamados comercios de la ciudad. Se desmoronaron como como si de un castillo de baraja se tratara. La catedral se resintió y los cristales de varios edificios de Santoña quedaron hechos añicos.
Cayeron grúas portuarias, saltaron los adoquines como si fueran proyectiles, se retorcieron las vías de ferrocarril, pero sobre todo se empezó a echar en falta a mucha gente que momentos antes trataron de evitar la catástrofe. Todos ellos murieron destrozados, la tripulación del Cabo Machichaco y las de los buques próximos que se habían acudido en su ayuda.
Allí perecieron 32 miembros del Alfonso XIII con su capitán Francisco Jaureguízar al frente. Y, por qué no decirlo también, las autoridades civiles y militares, gobernador civil incluido, que seguían la marcha de las operaciones desde el muelle junto a los curiosos.
MÁS DE 500 VÍCTIMAS MORTALES
El alcance de la explosión fue enorme encontrándose restos de la misma a varios kilómetros de distancia. Un cascote acabó con la vida de una persona en la localidad de Peñacastillo, a cinco kilómetros de Santander, cerca del Camino Real a Burgos. En Camargo tembló el suelo de tal forma que derribó la ermita medieval de San Juan de Maliaño. Aún hoy se pueden ver los restos protegidos de aquel siniestro.
Pero lo más impresionante fue el alcance humano de aquella tragedia. La cifra oficial se calculó que rondaba los 590 fallecidos, si bien el número de heridos fue difícil de señalar fluctuando su número entre los 525 y los 2.000, cifras muy elevadas teniendo en cuenta que Santander tenía entonces unos 50.000 habitantes.
LA EJEMPLAR SOLIDARIDAD
En cuanto trascendió la noticia fueron muchas las ayudas que se prestaron de las capitales inmediatas. Valladolid y Burgos, las primeras en recibir el trágico mensaje, enviaron amplias dotaciones de bomberos. De Logroño acudió el Regimiento de Ingenieros de la guarnición de aquella ciudad.
Desde Bilbao y por vía marítima se enviaron fuertes contingentes de médicos, enfermeros y practicantes con botiquines, así como material de auxilio de toda índole.
Se sumaron numerosos particulares dispuestos a echar una mano en cualquier menester. Todos los bomberos del parque de la capital vasca se ofrecieron voluntarios.
De Vitoria salió el cuerpo de Sanidad Militar y de San Sebastián 28 bomberos a bordo del Michelen.
ESTREMECEDORES RELATOS
Los testimonios que se fueron recogiendo de los supervivientes resultaron estremecedores. Un testigo presencial relató al diario “El Noticiero Bilbaino”: “Sobre las cuatro y media de la tarde oí una explosión horrible acompañada de los ayes de los que morían. Yo iba por la calle San Francisco próxima a la zona del muelle. No vi más que cadáveres y personas heridas a las que traté de auxiliar, pero no pude hacerlo porque me lo impedía el terror”.
Los que se libraron de la muerte y podían mantenerse en pie corrían por las calles como locos sin darse cuenta de lo que había sucedido.
Otro testigo aseguró que, como consecuencia de la explosión, el buque se elevó a más de cincuenta metros de altura y reventó. No todas las cajas de dinamita explosionaron en el momento, pero su efecto fue tal vez peor porque fueron a caer a gran distancia, encima de los tejados de las casas a las que comunicaron el incendio.
Se dieron casos de gran dramatismo, como la llegada a Bilbao del pinche de cocina del Machichaco que, aún afectado por el shock y asombrado de sólo tener una ligera herida en un brazo, no hacía más que repetir “Me he salvado milagrosamente arrojándome al mar por la borda un momento antes de la explosión”.
También salvó su vida el conocido donostiarra Ramón Emparanza, maquinista del Cabo Machichaco, que escapó de la catástrofe por haberse quedado en Bilbao convaleciente del cólera. Emparanza siempre alardeó de su buena suerte, ya que antes, siendo maquinista del Cabo Finisterre, se libró del naufragio del citado buque por haber desembarcado en uno de los puertos del Cantábrico a consecuencia de un disgusto que tuvo con un compañero suyo, también maquinista.
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