Una campaña de NOAA en el Slope Sea, al noreste de EE UU, ha capturado larvas y adultos de atún rojo y los ha analizado con marcadores genómicos capaces de diferenciar los peces que desovan en el Golfo de México de los que lo hacen en esa nueva área de puesta. El resultado puede obligar a revisar el modelo de dos stocks que la ICCAT usa desde los años 80.
La vieja pregunta del atún rojo —cuánto es realmente “occidental”, cuánto es “mediterráneo” y cuánto se mezcla en el Atlántico Norte— ha vuelto esta semana al centro del escenario científico. La razón es la publicación por parte de NOAA Fisheries de los primeros resultados completos de su campaña de septiembre de 2025 en el Slope Sea, esa franja de mar entre el talud de la Costa Este de EE UU y la Corriente del Golfo donde desde 2016 se sospecha que hay un tercer gran lugar de puesta para el atún rojo del Atlántico.
Lo que cambia ahora es la potencia de las herramientas. El equipo estadounidense no solo ha recogido miles de larvas —lo que ya demuestra actividad de reproducción—, sino que las ha sometido a análisis genómicos de alta resolución y a técnicas de “close-kin mark-recapture” (CKMR). Esta combinación permite reconstruir parentescos y asignar con mucha más precisión de qué stock vienen los ejemplares: si del Golfo de México, que define el stock occidental; si del Slope Sea, que hasta hace poco no se consideraba núcleo reproductor; o si hay aportes mediterráneos que están cruzando el Atlántico.
Los primeros patrones apuntan a algo que ya había sugerido el consorcio AZTI–NOAA en 2023: los atunes que desovan en el Golfo y los que desovan en el Slope Sea son más parecidos entre sí que a los mediterráneos, pero no son exactamente lo mismo. Es decir, hay conectividad panatlántica —los peces viajan, se mezclan y comparten áreas de alimentación—, pero también señales genéticas suficientemente distintas como para tratar esos desovaderos como unidades biológicas separadas. Esa es la pieza que durante 40 años le ha faltado a la gestión.
¿Por qué es tan sensible?
Porque ICCAT sigue gestionando el atún rojo con dos grandes stocks, el oriental (Mediterráneo y gran parte del Atlántico Este) y el occidental (Golfo de México), y sobre ese supuesto ha construido su MSE (evaluación por procedimientos de gestión), sus modelos operativos y, en consecuencia, las cuotas que luego reparten los países. Si ahora la ciencia dice que en el Atlántico occidental hay dos centros de puesta comparables —Golfo y Slope Sea— y no uno, la pregunta política es inmediata: ¿qué parte de la biomasa que se captura frente a Canadá, Nueva Inglaterra o Azores procede de cada uno de ellos y cuál de los dos es más vulnerable?. ICCAT lleva discutiendo justo esto desde los años 80.
Otro punto relevante de la campaña es el momento de la reproducción. El Slope Sea ofrece en verano unas condiciones térmicas y de productividad que permiten a los atunes evitar las aguas muy cálidas del Golfo de México, donde el estrés térmico puede afectar a huevos y larvas. Si parte de la población occidental está “deslocalizando” su puesta hacia el norte por razones ambientales, entonces las áreas de protección actuales del Golfo podrían dejar de ser suficientes y habría que pensar en cierres estacionales más arriba, en aguas bajo jurisdicción estadounidense y canadiense. Eso no es menor para las flotas de palangre y curricán de la zona.
La conexión con Europa llega porque ICCAT sí recoge estos avances científicos. En la reunión intersesional del Bluefin Tuna Species Group de abril de 2025 ya se dijo que los nuevos datos de otolitos, microquímica y genómica debían entrar en la próxima “reacondicionación” de los modelos y que incluso se podía reducir el número de áreas de gestión para que reflejaran solo aquellas donde hay información sólida. Es exactamente lo que esta campaña de septiembre viene a reforzar: hay datos nuevos y son explotables para gestión.
A medio plazo, el escenario más probable es el siguiente (inferencia con base en las discusiones de ICCAT):
Para las flotas (España incluida, vía empresas mixtas o pesca deportiva de alto valor en el Atlántico), esto significa dos cosas muy concretas: más ciencia en tiempo real —porque la trazabilidad electrónica que la UE pondrá en marcha en 2026 puede alimentar estos modelos— y más argumentos para mantener la pesca donde ya hay reglas estrictas, reclamando que los países con menor control también apliquen cierres y limitaciones de artes.
En resumen: la genómica está empezando a resolver el puzle que la tecnología de los 80 no podía resolver. Y cada pieza nueva que NOAA, AZTI y los grupos mixtos lleven a la mesa le da a ICCAT menos margen para seguir gestionando al gran atún del Atlántico como si solo tuviera dos casas. Cuando ese diagnóstico se cierre, el siguiente debate será, inevitablemente, político.
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