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Éxito con sabor a mar: la excelencia como brújula del nuevo sector pesquero

Juan Serrano (Balfegó), Marta Crespo (OPP Almadrabas) y Pedro Muñoz (Petaca Chico) reivindican valores, trazabilidad, innovación y relevo generacional en el I Congreso de Pesca España, con la cocina como altavoz

El I Congreso de Pesca España quiso ponerle palabras —y también ejemplos— a un concepto que el sector repite cada vez con más insistencia: excelencia. Bajo el lema “Éxito con sabor a mar: aportando excelencia al sector pesquero”, tres voces con peso en la cadena de valor, desde la captura hasta el mercado, trasladaron una idea común: el futuro de la pesca no se sostendrá solo con números, sino con confianza, transparencia y una forma de trabajar capaz de resistir el escrutinio social, regulatorio y comercial. En ese marco, Juan Serrano, director general del Grupo Balfegó, abrió el turno con una intervención que quiso convertir la excelencia en un “punto de partida” y no en un adorno; a continuación, Marta Crespo, directora gerente de la Organización de Productores Pesqueros de Almadrabas, defendió el valor de un arte milenario que hoy se presenta como símbolo de selectividad y sostenibilidad; y Pedro Muñoz, presidente de Petaca Chico, llevó el debate al terreno de los mercados, el consumo y una batalla que el sector conoce bien: la competencia desleal y la pesca ilegal. El chef Martín Berasategui apareció como referente gastronómico en un encuentro donde la cocina se entendió, una vez más, como altavoz del producto y del relato.

Serrano planteó su tesis desde el inicio: aportar excelencia al sector pesquero es ir mucho más allá del cumplimiento de la ley o de la eficiencia económica. En su enfoque, la excelencia es una forma de gestión “estructural”, una cultura empresarial que debe traducirse en transparencia, responsabilidad social y, sobre todo, sostenibilidad real y medible, con visión de largo plazo. “Si no competimos con valores, no llegamos a ningún sitio”, vino a resumir, defendiendo que la reputación se construye antes de que lleguen la sanción, el conflicto o el descrédito. Desde la óptica de Balfegó, esos valores se concretan en cuatro ejes: compromiso (con clientes y sociedad), responsabilidad (más allá de la legalidad), eficiencia (para generar valor sin malgastar un recurso natural) y transparencia (para que el consumidor sepa qué come y cómo se obtuvo).

El mensaje no se quedó en el plano teórico. Serrano desgranó cómo esa excelencia se aterriza en cinco “capítulos”: ambiental, jurídico, social, económico y reputacional. En el bloque ambiental insistió en la necesidad de colaborar con centros científicos, invertir en conocimiento sobre el estado de los caladeros, impulsar medidas de gestión y control y, especialmente, someterse a verificaciones externas que certifiquen lo que se afirma. En el ámbito jurídico, subrayó el cumplimiento estricto de la normativa europea y nacional, la cooperación con autoridades, la garantía sanitaria verificable y la “tolerancia cero” con el fraude. Aquí lanzó una idea incómoda pero significativa: perseguir el fraude no puede ser solo tarea de la Administración; el sector debe implicarse, denunciar prácticas irregulares y protegerse de quien compite con trampas. La trazabilidad apareció como un derecho del consumidor y una obligación del productor: igual que nadie acepta una botella de vino sin etiqueta, el pescado —vino a sugerir— debe poder explicarse con claridad desde el origen hasta el plato.

En el terreno social, Serrano defendió que un sector excelente no se sostiene sobre la precariedad: condiciones dignas y seguras, formación continua, equidad e inclusión. Y en el económico reclamó un cambio de mentalidad que enlazó con una frase sencilla: “no hay que ganar más con más volumen, sino vendiendo mejor”. Buscar valor antes que tonelaje, alinearse con mercados exigentes y construir reputación desde la coherencia. Ese apartado reputacional conectó directamente con la gastronomía y el patrocinio de marcas, eventos y acciones que, según explicó, funcionan como termómetro del prestigio de un proyecto cuando logra que prescriptores de alto nivel se asocien a un producto. La cocina, en ese punto, no fue un complemento decorativo: fue un instrumento de legitimación y divulgación.

Si Serrano habló desde la empresa y la marca, Marta Crespo trasladó el foco al modelo almadrabero como patrimonio productivo y cultural. Su intervención recordó que la almadraba no es solo un arte de pesca: es una historia larga, un oficio y una economía que ha sobrevivido a crisis, ciclos y cambios de mercado. Desde su relato, la almadraba representa pesca selectiva, cercana a la costa y respetuosa con el entorno, una actividad que en los años más duros se vio al borde del abismo cuando las capturas llegaron a desplomarse, y que encontró en la unión sectorial, la presión institucional y los planes de recuperación un camino para salir del pozo. Crespo repasó, en clave divulgativa, cómo el atún rojo pasó por un periodo crítico que obligó a endurecer controles, observación, trazabilidad y recortes drásticos de TAC a nivel internacional, hasta llegar a una etapa de recuperación que hoy permite hablar de un recurso más ordenado, aunque siempre vulnerable si vuelve la pesca ilegal o se relajan las medidas.

Su aportación más relevante fue convertir la almadraba en una idea de “ecosistema”: no solo pesca, sino también comercialización, calidad, gastronomía, turismo marinero, cultura y marca territorial. En su discurso, la almadraba impulsa restaurantes, rutas gastronómicas, comercio, visitas, hoteles y un tipo de relato que engancha al consumidor porque conecta producto y experiencia. Esa dimensión emocional —la gente viaja para ver, entender y probar— fue presentada como una ventaja competitiva, pero también como una responsabilidad: si se descuida la gestión, todo lo construido puede retroceder.

El tercer vértice, Pedro Muñoz, puso sobre la mesa la tensión diaria de las empresas que mueven pescado en mercados complejos. Desde Petaca Chico explicó una evolución que va de lo pequeño a lo industrial: crecimiento, apertura a nuevos mercados, expansión de plantas y logística, y un modelo de integración que busca controlar fases del proceso para ganar seguridad y competitividad. Pero su intervención se volvió especialmente incisiva cuando abordó tres asuntos que, en su opinión, condicionan el futuro inmediato: la caída del consumo, la necesidad de adaptar el producto a los hábitos actuales y la urgencia de perseguir la pesca ilegal y el fraude.

Muñoz describió un consumidor que ya no compra como antes: la compra de “un kilo de sardinas” ha perdido peso en favor de productos listos, limpios, porcionados, fáciles de cocinar. Si el sector quiere recuperar consumo, dijo en esencia, debe facilitarlo: filetes, formatos pequeños, elaborados, innovación en presentaciones y propuestas que entren en la cocina cotidiana. Y ahí enlazó con una crítica compartida por los ponentes: la competencia desleal de quien vende pescado adulterado, sin garantías, sin trazabilidad o capturado fuera de norma. El riesgo, advirtió, no es solo económico: también es sanitario y reputacional. Un incidente, una intoxicación mediática o una noticia sobre producto en mal estado puede hundir la confianza y castigar a quienes sí cumplen.

En el debate apareció una conclusión transversal: instituciones y sector deben actuar, pero el sector no puede delegarlo todo. La inspección necesita medios, sí, pero la cadena debe cerrarse con cultura de cumplimiento, mecanismos internos, denuncia y pedagogía hacia el consumidor. En esa pedagogía, la gastronomía —con figuras como Martín Berasategui— y las alianzas con chefs fueron presentadas como una herramienta práctica: acercar el producto al público, explicarlo, “traducir” su valor, demostrar que el pescado tiene historia, ciencia, oficio y calidad detrás.

El congreso dejó así una fotografía nítida: el sector pesquero se mira al espejo con menos complacencia y más exigencia. La excelencia se plantea como un escudo ante el futuro: ante mercados más duros, regulaciones más estrictas, consumidores más informados y jóvenes menos dispuestos a incorporarse a ciertos oficios del mar. La receta que defendieron Serrano, Crespo y Muñoz combina sostenibilidad verificable, trazabilidad, ética, innovación comercial y un relato que dignifique el producto y a quienes lo hacen posible. En el fondo, el lema del encuentro se convirtió en mensaje: el éxito del mar, si quiere durar, tiene que saber a algo más que a cifras. Tiene que saber a confianza.

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