La ría de Avilés parece haber ganado una batalla silenciosa contra una de esas especies que llegan sin avisar y, de pronto, lo ocupan todo. El mejillón pigmeo (Xenostrobus securis), detectado por primera vez en el estuario en 2014 por alumnado del Máster de la Universidad de Oviedo, ha ido perdiendo presencia hasta quedar prácticamente arrinconado. La especie, que en su momento sorprendió por aparecer lejos de sus mares de origen, se considera hoy controlada y en claro retroceso.
Su irrupción, hace una década, activó todas las alertas habituales en un espacio como Avilés: ría portuaria, intensa actividad humana y un ecosistema sensible a cualquier cambio. ¿Cómo había llegado hasta allí un molusco de otros océanos? La explicación más repetida entonces apuntaba a una llegada “de polizón”, adherido al casco de algún barco o transportado por el tráfico marítimo, una de las vías más comunes en la expansión de especies invasoras en entornos costeros.
Con el paso del tiempo, la historia ha dado un giro. Donde se temía una colonización estable, hoy se habla de retroceso: el mejillón pigmeo ya no alcanzaría ni una quinta parte de la presencia que llegó a registrar en el estuario, según los seguimientos divulgados en medios regionales. La lectura es prudente, pero positiva: todo indica que la especie no terminó de asentarse como se temió en los primeros compases.
Detrás de esa “desaparición” —más exacto sería decir, de esa caída sostenida— hay varias piezas que encajan. Por un lado, las campañas de retirada manual realizadas en los años posteriores a su detección y, sobre todo, la vigilancia constante, con una combinación de ciencia y trabajo de campo que hoy se usa cada vez más en la gestión de invasoras. En ese ámbito, la ría de Avilés se ha citado como ejemplo de cómo la colaboración y el seguimiento pueden frenar una expansión que parecía inevitable.
A ello se suma el propio “carácter” del estuario. En especies invasoras, la adaptación no está garantizada: influyen las condiciones del agua, la competencia con otras especies, la disponibilidad de alimento y también la presión de depredadores. Los estudios internacionales sobre Xenostrobus securis describen un organismo capaz de colonizar rápido y resistir mucho, pero también condicionado por el entorno y por cambios ambientales que pueden jugar en su contra.
La vigilancia, además, ha incorporado herramientas que permiten detectar señales incluso cuando a simple vista parece que ya no hay nada. Entre ellas, el análisis de ADN ambiental, un método que busca “huellas” en el agua y refuerza la capacidad de respuesta temprana en puertos y rías con tráfico continuo.
La conclusión, por ahora, es clara: Avilés respira, pero no se relaja. En un ecosistema abierto al mar y a las rutas comerciales, la puerta por la que entró una especie puede volver a abrirse. La buena noticia es que la ría ya sabe cómo reaccionar: con seguimiento, intervención rápida y una idea sencilla que hoy suena casi a lema ambiental —lo que se detecta a tiempo, se puede frenar.
La ría de Vigo sigue manteniendo su pulso al ritmo de construcciones. Tras años de…
La Organización de Productores de Pesca del Puerto y Ría de Marín (OPROMAR) ha reactivado…
La Secretaría Regional de Agricultura y Pesca pone en marcha un piloto con sistemas de…
La Autoridad Portuaria de Castellón (PortCastelló) ha dado un nuevo paso en su plan de…
En un pesquero, la seguridad no se juega solo en la cubierta mojada o en…
El Gobierno de Canadá ha publicado una batería de planes para reconstruir poblaciones de peces…